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domingo, 5 de septiembre de 2010

El forjado de un "tetramorfos" secreto

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Los tetramorfos ocupan lugares destacados en los templos románicos como pueden ser los ábsides, tímpanos o capiteles. Sin embargo, hay otros discretos objetos en el románico que también contienen, secretamente, la esencia de los cuatro elementos del tetramorfos - tierra, aire, fuego y agua - : los herrajes forjados.





Tierra
El hombre, a fuerza de golpes de pico, extraía la piedra rojiza de las minas que penetraban lentamente hacia las entrañas de la tierra siguiendo sus oxidadas venas. El mineral, de alto contenido en óxidos de hierro y que, en forma de rocas y bloques, atesora la sangre de la tierra, era transportado hasta un lugar cercano a la boca de la mina.

De nuevo, a fuerza de golpes de pico, el minero molía el mineral y amontonaba los preciados fragmentos junto al horno.


Aire
El hombre, a fuerza de golpes de hacha silbando al viento, talaba los árboles del entorno de la mina. El ruedo del claro en el bosque iba creciendo, con el paso del tiempo, alrededor del yacimiento. La madera, esa fuente de energía viva que, a base de respirar por sus hojas y recibir la fuerza del Sol, crece lentamente hacia el cielo, guarda en su esencia el aire, el soplo de Abraham, como una singular manifestación de la Vida en la Naturaleza.

De nuevo, a fuerza de golpes de hacha, el leñador troceaba troncos y ramas convirtiéndolos en inertes leños y amontonaba los preciados fragmentos dejándolos secar pacientemente.


Fuego
El carbonero apilaba los leños secos en sabia disposición, los cubría con ramas tiernas y tierra para evitar que el aire penetrara hacia el interior de la pila y prendía fuego en el corazón de la carbonera. Lentamente, la acción de un ahogado fuego iba avanzando por el montón convirtiendo los leños en un preciado carbón vegetal.

El fundidor, que en la época del románico usaba aún rudimentarios hornos de tiro forzado manual normalmente construidos junto a la mina, calentaba el mineral a base de carbón, aire, fuego y paciencia hasta conseguir derretir el hierro contenido en la piedra. Llegado el momento oportuno, sacaba del horno una masa porosa de basto hierro.

Agua
El hombre, que en la época del románico ya usaba las ferrerías construidas junto a un río, aprovechaba la fuerza hidráulica para hacer que un enorme martillo golpeara continuamente contra el yunque. Así de nuevo, a fuerza de golpes de mazo hidráulico o manual, el ferrero compactaba la masa porosa de hierro, expulsaba las escorias e impurezas que contenía y daba, lentamente, la primera forma purificada a esa dúctil masa, normalmente, modelando una tosca vara de hierro.

El ferrero usaría también, seguramente, la fuerza del agua para hacer que dos enormes fuelles se abrieran y cerraran alternativamente para conseguir avivar, en corriente continua de aire, el fuego de la fragua junto al yunque y así poder calentar a conveniencia la masa de hierro en estas primeras operaciones de herrería.


Tetramorfos
Y es así como el forjador, cual maestro herrero y artista en el trabajo con el hierro, utilizaba como materia prima esas varas de hierro dúctil suministradas por las ferrerías.

Lentamente, ablandando y trabajando el material, a golpes de martillo contra el yunque. Pausadamente, ensamblando piezas con encajes y abrazaderas meticulosamente elaboradas con el mismo metal. Tranquilamente, calentándolo en la fragua hasta coger el color del Sol del amanecer. Bruscamente, templándolo a conveniencia sumergiéndolo repentinamente bajo el agua.

Así, gradualmente, el forjador forjaba su forja a fuerza de golpes certeros, conjugando en su oficio las dosis oportunas de tierra, aire, fuego y agua. Así, poco a poco, iba convirtiendo el maleable y basto hierro en rejas ornamentales, herrajes para embellecer y reforzar las puertas, o pernos y tiradores con motivos decorativos.





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Se conoce poco de los maestros de la forja de la época del románico, aunque sí se tienen numerosas muestras de su obra que, por lo general y a primera vista, a parte del atractivo estético, cumplen una función más utilitaria que simbólica. Podríamos citar dos destacados ejemplos representativos visitados recientemente:

Las rejas de la colegiata de Sant Vicenç de Cardona, fechadas por el siglo XIII, formadas por barrotes de sección cuadrada unidos por unas espirales dobles que se encuentran cogidas a los barrotes por abrazaderas.







Los herrajes de la puerta de Sant Feliu de Beuda que, a pesar de que la madera haya sido reemplazada en posteriores restauraciones, se conservan los herrajes románicos. Cabe destacar las habituales formas espirales que se utilizaban en este tipo de elementos, así como el trabajado perno que simula a un animal fantástico como guardián de la cerradura del templo.





Tal vez, en la visita a un templo románico, se es poco consciente del sutil simbolismo oculto bajo el modesto conjunto de trabajados hierros. Sin embargo, el proceso de transformación que se requiere para convertir la impura materia primera en una bella pieza forjada, probablemente, guarda una curiosa analogía con nuestro proceso de evolución interior.

La forja. He aquí la esencia de los cuatro elementos del tetramorfos guardados secretamente tras la belleza artística de una pieza forjada.
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domingo, 18 de julio de 2010

Al final de la cola

La teoría de colas nos muestra cómo hay matemáticos que intentan modelar, bajo formulaciones limitadas, cuestiones reales y cuotidianas.

Podríamos decir que la teoría de colas analiza un tipo de problemas de optimización, de cómo encontrar el punto de equilibrio entre la calidad de servicio (es decir, la paciencia de los que esperan en una cola) y la cantidad de servicio (léase cuantos trabajadores hay que poner para atender a los clientes, con el menor coste)

Desde el ritmo de llegada de los clientes a la cola, la distribución de cómo llegan a lo largo del tiempo, la capacidad de la cola, cómo se gestiona el turno en la cola, el método de atención, el número de servidores que atienden el público, el tiempo medio de atención de cada cliente, la desviación típica de estos tiempos de atención... son muchos los factores que intervienen en el análisis detallado de este tema. Y además los matemáticos se lo pasan de rechupete haciendo llegar a los clientes al ritmo exponencial de Poisson, o marcando a los trabajadores que atiendan al público según la distribución de Weibull. Fascinante!

Sumamos ahora el comportamiento de los clientes: hay que abandonan la cola, espabilados que se cuelan, unos que no se unen a la cola al ver su longitud, otros fieles que no dejan la cola aunque ésta sea interminable... pacientes e impacientes.

Para acabarlo de aliñar, el modelo que se consigue después de poner todo estos factores bajo notación matemática, se comporta bien cuando se llega a un estado estacionario, pero en los transitorios difiere bastante del comportamiento real. Y en la realidad de muchas colas abundan los transitorios, ya que el servicio suele ceñirse a un horario, pueden haber interrupciones, etc.

Así que los matemáticos se han sumado a los informáticos para abordar este problema y han programado herramientas de simulación. Aunque no sea una panacea, ahora pueden abordar mejor los transitorios, simular el comportamiento bajo suposiciones diversas y experimentar rápidamente multitud de opciones obteniendo la mejor solución para cada caso.

Parece fácil. Al menos a mi me parece sumamente interesante el tema. Pero de hecho, en la gran mayoría de situaciones reales esto de las colas se soluciona sobre la marcha, con la simple experiencia: “Si hay mucha cola y veo que los clientes se quejan, pondré a otro trabajador a atenderlos”.

Aún así, hay situaciones que son analizadas en profundidad optimizando costes de explotación del servicio -y aumentando los beneficios- a costa de poner al límite la paciencia del cliente. Aplicaciones como las colas en puntos de atención al cliente de grandes empresas o de las líneas de cajeros en supermercados, pasando por los flujos de paquetes en una empresa de mensajería hasta el dimensionado de una red informática según los flujos de información que soporte.




Mucha teoría, pero no nos olvidemos que el cliente sabe que siempre prevalece la Ley de Harper:

“No importa en qué cola te sitúes, la otra siempre avanzará más rápido”

miércoles, 23 de junio de 2010

Solsticio

Hoy, que el calendario solar llega a su momento cumbre, que el Sol ha alcanzado el punto más alto en el cielo proyectando al mediodía la sombra más pequeña de todo el año. Hoy, que ha coincidido este año con el primer día de sofocante calor anunciando la llegada de las canículas, he sentido la imparable necesidad de dedicar estas breves líneas al solsticio.



Desde periodos muy remotos que el hombre observó el ciclo anual del paso de las estaciones, sufrió los crueles inviernos y los tórridos veranos; evolucionó por los diversos calendarios –contando fases lunares y meses solares-; fijó las fechas de máxima, igual y mínima duración del día y la noche; midió los ángulos, los puntos y momentos de la salida y puesta del Sol; le construyó templos y le dedicó alineaciones sagradas; y le dio categoría de divinidad y de astro creador.

Y es que es evidente que el Sol es nuestra fuente de energía y de vida en la tierra. Nuestra sensible existencia pende de unos estrechos rangos de la radiación solar que nos llega a la superficie del planeta. Por ello, no es de extrañar el reconocimiento de la humanidad al astro rey, y la dedicación de celebraciones especiales en las fechas solsticiales.

Fiestas con hogueras como protagonista, intentando imitar la fuerza solar, que se han celebrado tradicionalmente desde épocas antiguas. Donde sus llamas contribuyen, también, a los efectos mágicos de purificación, de curación, o de encuentro de amores. Y es que dicen que, además, estas fechas son propicias para los rituales y para la magia. Será verdad?

domingo, 23 de mayo de 2010

Una pizca de sal

La halita es un mineral muy abundante en la Tierra. Bueno, en la tierra y en el mar.


Porque este salado haluro se encuentra disuelto en el agua del mar ofreciéndonos su peculiar sabor. ¡Mecachis en la mar! Y es que así, ofrece distracción a la plebe que se va preguntando porqué el agua del mar es salada y ofrece trabajo a unos cuantos que embalsan un poco de mar en una gran extensión de poca profundidad y dejan que el Sol evapore el agua… un trabajo paciente que compite en antigüedad con otros oficios que alardean de ser de los más antiguos. Sin embargo, destaca aquí la originalidad del nombre. A ese lugar en donde se obtiene nuestro preciado mineral le pusieron, después de pensárselo mucho, el nombre de… ¡Salina!


Y también, en la tierra, nos aparece halita en forma de sal gema, o sal de roca para los amigos. Sí, en yacimientos de terrenos sedimentarios… es decir, en lugares donde hace millones de años era un fondo marino expuesto al sol. Se secó el mar y se quedó el poso residual. ¡Qué cosas pasaron en el Cuaternario!, ¿No?


Es común que conozcamos una pizca acerca de la sal… Como condimento en la comida, por ejemplo, la sal pasa desapercibida disuelta en las comidas si está en su justa medida. Ahora bien, no te pases ni te quedes corto porque su exceso, o su defecto, no nos permite saborear bien aquello que comemos.

Y es que, tal vez, cuando nos preguntan acerca de ese típico dilema de ¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Tendríamos que responder… la sal. Porque el uso de la sal es ancestral. Seguro que hasta el homo antecesor se comía los huevos con un poco de sal… Bueno, bromas a parte, el uso alimenticio de la sal proviene, seguramente, de cuando descubrieron –por azar, seguro- que se podían conservar los alimentos en salazón. En especial, los pescados y las carnes se deshidratan al ser recubiertos con sal. Tal vez por ello, los alimentos se tomaban bastante salados e, incluso, se hacían comidas, como el garum que, sólo por su nombre, ya cuesta atreverse a probarlo. Y la sal, con el tiempo, acabó por manchar, etimológicamente hablando, muchas comidas… y si no que se lo pregunten a las ensaladas, a las salsas, a las salchichas o al salmorejo!

Aunque parezca mentira, en épocas antiguas, la alta demanda de sal para conservar alimentos elevó su precio hasta valores que llegaron a superar el del oro. Así, la sal fue utilizada como moneda, pagándose con sal los salarios… y con honor… ¿Los honorarios? Pero, dicen, que todo lo que sube, baja. Y eso le ocurrió hace un par de siglos al precio de este mineral comestible: se desplomó. Dicen, también, que la culpa la tuvieron las nuevas tecnologías de conservación de alimentos que se inventaron el “refigerator”. Otros apuntan a las manías de los médicos en que comamos con poca sal para que no nos revienten las tuberías sanguíneas con una cosa que le llaman “hipertensión”… Pero no sólo bajó la demanda de sal, sino que la ley del mercado económico pinchó también porque aumentó la oferta de sal, y es que también se tecnificaron los sistemas de obtención del cloruro de sodio, o sea, de la sal.


Pero no todo el monte es orégano, ni toda la sal es cloruro sódico. Hay otras sales en el mundo, y si no que se lo pregunten a los que se pegan baños con unas de aromas a jazmín o con esencia de almendras. Pues bien, también se extrae sal en explotaciones mineras de, por ejemplo, cloruro potásico o de cloruro magnésico. Y ¿Para qué?, pues debe ser para abastecer a la industria química que va como loca queriendo obtener cloro, potasas, explosivos, abonos sintéticos y cosas de esas…


Pero, en esencia, ¿Por qué la sal está tan unida al hombre? Pues porque hay alguna razón ancestral que absorbe el seso humano hasta el punto de que lo han usado en sus rituales como generador de pureza, como protector contra los demonios o como absorbente de las malas acciones de los espíritus… y, en las religiones, a parte de ser usada como ofrenda en ceremonias, también era usada por Dios como castigo, si no ¡Que le pregunten a Lot qué le pasó a su mujer por darse la vuelta al huir de Sodoma!

Y para acabar con este saleroso tema, aunque muchos no nos enteramos, utilizamos en nuestro interior la sal como fijadora, haciendo que el mercurio acepte el azufre, o algo así. Pero en esos alquímicos temas, no hay cuerpo, ni sal, ni homus virtualis que lo llegue a entender.


miércoles, 14 de abril de 2010

Mercuriales del Montcau

Un impulso inconsciente nos influyó hace poco a realizar un determinado ritual. Nadie nos había contado nada antes, pero lo intuimos. Supimos, como si de un acto de nuestro instinto humano se tratara, que teníamos que hacerlo. Y lo hicimos.

Algo primitivo, ancestral, se apoderó de nosotros al ver el lugar privilegiado: un lugar elevado de la montaña, un llano de reducidas dimensiones con un único acceso a pie y rodeado de escarpados precipicios, un punto privilegiado de la orografía que ofrecía unas espléndidas vistas hacia diversos valles y hacia las montañas de singular forma montserratina… en definitiva, un enclave digno para construir un templo.



Y, como si de un singular templo se tratara, en este lugar especial había un número considerable de montones de piedras. Unas torrecillas más grandes y otras más pequeñas, esparcidas por la limitada extensión del altiplano, que se mostraban enigmáticas ante nuestros ojos.



Tras el instinto inicial de contribuir aportando otra piedra para engrosar uno de los montículos, empezamos una nueva pila de piedras aportando cantos escogidos del entorno que identificábamos con las personas que queremos, a modo de representación simbólica de desear acercarlos, de juntar a los seres queridos y de invocar, a través de ese hecho, a alguna fuerza superior para que proteja al grupo. Tras acomodar, una a una, todas las piedras escogidas en el montón colectivo procurándole estabilidad al conjunto, deseamos que, con el tiempo, la pila fuera alimentándose de nuevas piedras.



Hoy, miércoles, he recordado ese instintivo ritual practicado hace pocos días y he buscado documentación en hechos análogos.


Es sorprendente averiguar que el hombre primitivo usaba, posiblemente, el amontonar piedras como instrumento a través del cual podía invocar a los dioses. Que en las antiguas civilizaciones tibetanas y egipcias ya realizaban similares pilas cónicas de piedras con finalidades espirituales, amontonamientos que derivaron en la concepción de obras piramidales. Que en los altiplanos de los Andes se construyen montículos similares – las apachetas – como homenaje a su madre tierra Pacha Mana. O que en puntos de nuestra península, como en la Cruz de Ferro del monte Irago en el camino de Santiago, existe un montón de piedras que va creciendo, día tras día, con la aportación de los peregrinos.


Asimismo, es sorprendente averiguar que esta pila de piedras recibe también el nombre de mercurial, que el concepto está relacionado con el dios Mercurio, que es el mismo concepto que el dios griego Hermes, que las “hermas” también eran montones de piedras que se hacían en los márgenes de los caminos y que todo el que pasaba añadía su piedra al montón, hermas que derivaron en tallas en piedra a modo de mojones, mojones o hitos que, en los caminos de montaña, se suelen realizar con un pequeño montículo de piedras para indicar el camino a seguir… Todo un mundo de relaciones.

También es sorprendente averiguar que, parece ser, muchas ermitas dedicadas a San Cristóbal se levantaron en puntos donde había un mercurial, relacionándolo como si San Cristóbal fuera una cristianización del dios Mercurio y apoyando, además, la hipótesis en términos alquímicos como que si el mercurio es “el portador del oro”, analógicamente Cristóbal podría ser entendido, según se quiera traducir, como “Cristo portador del oro”… Todo un mundo de relaciones.


Enfin, dejando de lado que al construir una pila de piedras bajo una perspectiva ritual se expresa un ideal y se genera una satisfacción de nuestras emociones y sentimientos más elevados, lo que en el fondo me ha sorprendido de todo esto es que hemos tenido una posible constancia de la existencia de una subconsciencia colectiva, puesto que hemos actuado bajo unos mismos patrones de comportamiento que se han repetido en otros tiempos y en lugares muy dispares del mundo. !Cuántas relaciones hay en el mundo!

Efectivamente, fue una necesidad que partió de nuestro interior, un impulso instintivo. Teníamos que hacerlo. Y lo hicimos.


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Cuando volvimos al Mercurial, 4 años después (22-2-2014), nos encontramos que había crecido!





lunes, 8 de marzo de 2010

Graná, tierra soñá

Hubo una pareha de mendas que se pegaron una pechá de viahar pa’cer una mihilla er pollas dando vueltas por Graná.


Entoqué llegaron, noh echaron un movih pa’hir a buscarlos en taxis a los polígonos, pueh ehtaban eslomaos, los ahelicos, y no atinaban pa llegá a Puertarrá.

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-“Ahora que me he arregostao a la buena vida, suh subís ar taxis pa’hir a esos barrios de la Yoli y er Chavea”- Nos diho er shiquillo mientras conduhia er coshe con malaostia. ¡Pahecía que er pollas quería ir al hiñaero!

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Namá llegá ar hoté, los cuchis tabanmayaos, asín que se pegaron una comía dercopón, cohieron una pea de la vihen y no deharon de decir folletás toa la noshe tapaos con una manta. Con un “Ozú, qué repeluh ma dao ese vino” se hicieron er longuis y los shiquillos se fueron a dormir dehándonos en lestacá. "¡Cuchis, los tíos!", dihimos.

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Ar día sihiente, con la rehaca, er niño no era capah de ná, estaba apollardao. Conticoneso, subieron ar Arbaisín en Buh (que er trahporte plúsblico es la polla) y er chavae, que había cohio alehia a los hipreses y los iba fotograhiando pá curá su arma hería, hacia una heta más sospechosa que un hitano haciendo futin (¡Anda que no!). Asín que un hombre –dicen que era er Bute- lo achantó con una panzá de voces y… ¡Chah! er cazo es que er cuchi le dio suh cámara de fotoh y er pollas se marshó ná regomelloso.

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-"¡Qué ihoputa que es er mendas!, ¿Notehode? ¡Foh!"- gritamoh tós mientras ehcondíamos las otras cámaras y las tahetas de crédito bajo el abriho.

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Alguno de nohotros, como había venío como pa'cé un mandaillo y no quería ser dehcubierto, diho que la cámara valía una mihilla de nà, "unas sientas pehetas" y que le compraría otra en una volá. Asín que er niño, acohonao, espeluznao y una chispitilla mosqueao, le encartó la propuehta der enterao Darmería.

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De no ser por la falanhitis que cohieron los mendas tras la sehunda noshe de pegarse una panzá de helaos mientras decían las folletás de la vihen y de la mae tierra, bajo la manta dercopón, podríamos ahegurá que los shiquillos lo habían pasao de cohones. Pero er niño estaba mu malico y le reconcomía haberse zampao tanto helao.



Poyastá, asín que la pareha se volvió a pegar una pechá de viahar pà volver a su buhero en la gran ciudá. Conticoneso, nos los pasamos dercopón.

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sábado, 27 de febrero de 2010

Momento Cunini

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Como si de un buen vino se tratara, el gran evento llevaba largos años macerándose en paciente espera para que, al llegar su momento, el Momento, todo estuviera preparado. Todo fuera perfecto.

Saliendo de Puerta Real, el pasear por la comercial Zacatín, el deambular por las callejuelas del singular mercado de la Alcaicería, el curiosear los variados quioscos y la fuente que preside la Bib-Rambla, o el saborear el colorido y la variedad del mercado tradicional que resiste y sobrevive aún en el entorno de la plaza de la Pescadería hicieron un espléndido preludio de la comida en el emblemático restaurante granadino.


Allí, tras atravesar la larga barra de bar de típicas tapas andaluzas llegamos al apartado y pequeño comedor del Cunini. Como un lugar íntimo donde se iba a producir un extremo placer, todo estaba delicadamente preparado en perfecta disposición. Allí, ya acomodados, el conocido, amigo y reconocido maître saludó y atendió, con alegre gracia, a los comensales recomendando al anfitrión en la elección de los platos.

Con el tiempo justo de crecimiento de las quisquillas, pescadas en la cercana costa de Motril, portadas en el mismo día hasta la cocina para que, tras su precisa cocción y enfriado, fueron servidas, sin más, como entrante en el Momento.

Tras largos años de crecer los percebes a base de olas e impactos de marina sal para que, al llegar a su edad adulta, el hombre arriesgara su vida en la captura arrancándolos del fondo del acantilado antes de recibir el último impacto del mar. Tras larga cadena de gente que dedica su esfuerzo diario, este fruto llegó al Momento en su punto justo de hervor y sabor.




Tras largo tiempo de crecer pacientemente las navajas escondidas bajo la arena digiriendo el plancton, los intrépidos buceadores a pulmón libre extrajeron las bivalvas para que, también, tras la larga cadena de entregadas personas, llegaran a su respetuoso momento cumbre en su punto de plancha y aceite.

La vieja tradición en la elaboración y solera de un Privilegio del Condado puso el punto de sabor y olor afrutado que caracteriza a estas bodegas de tierras onubenses. Su color, blanco y limpio, y su sabor, seco, suave y fresco, se encargaron de bañar el paladar para abrir el espíritu degustador de los deliciosos manjares.

Tras el tiempo justo de crecimiento de los chipirones, de los calamarcitos, de los boquerones, de los salmonetes, de la pescadilla; tras usar las mejores materias primas de harina, aceite y sal; tras el certero punto de fritura propio de un experimentado cocinero, llegaron los manjares a la cita, en su justo Momento. En su Momento justo.

Pusieron broche de oro a la comida los variados postres donde no faltaron las Lágrimas de Boabdil en el plato. Nuestro anfitrión explicó el porqué del nombre de los postres así como nos contó a lo largo de la comida múltiples anécdotas e historias vividas en el pasado en ese restaurante.

Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, las largas y esmeradas elaboraciones de las múltiples viandas servidas. Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, los trabajos y atenciones de un equipo profesionales de la hostelería. Y, especialmente, allí confluyó la celebración del evento esperado pacientemente por los tres desde hacía tiempo. Una confluencia de momentos que condujeron al éxtasis de una comida, al Momento.


Recordé el placer que sentí hacía unas semanas en el Gran Café al compartir una comida con unos amigos. Reconocí y disfruté del valor de compartir mesa y comida con tus seres queridos. Sentí un fulgor de intenso y emocionante placer por estar viviendo ese Momento. Y, con felicidad y agradecimiento, aprecié la deliciosa comida, la buena bebida, el agradable lugar y la querida compañía.


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sábado, 6 de febrero de 2010

Código binario

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Cuando nos dicen que esto de la electrónica digital o eso de la informática funciona con códigos binarios nos suena a chino... !Pues sí! Es cierto, porque ya en la antigua filosofía del I Ching se utilizó la esencia del código de numeración con “ceros y unos”.

Estamos acostumbrados a contar con los números del 1 al 10 en nuestro seguro y cómodo sistema decimal y, sobre este sistema, sabemos realizar las operaciones algebraicas básicas. Bueno, los hay que se han olvidado ya de dividir a mano y echan mano a la calculadora para que la electrónica digital les saque del apuro.


También estamos acostumbrados a contar algunas cosas con el sistema sexagesimal. Este sistema, que usa el número 60 como base, lo usamos para contar el tiempo –horas, minutos, segundos-, en la medición de ángulos… y hasta cuando compramos algunos productos por docenas. Que, hablando de la docena, es una antigua y sabia cuestión de práctica doméstica. Puesto que la docena es la cantidad más pequeña que permite ser repartida entre una, dos, tres, cuatro o seis personas.


Pues el código binario no es más que otro sistema de contar. Lo que ocurre es que, como lo que se tenía en esos inicios de la electrónica digital era el cero (no hay corriente) y el uno (sí hay corriente), pues se usaron esos dos niveles, el cero y el uno, como base para contar las cosas. Como lo hicieron cuatro mil años antes en el I Ching.


Cualquier número puede ser traducido a código binario. El tres es 11 (se lee uno uno), el diez es 1010 (uno cero uno cero) o el doscientos nueve es 11010001. Con esos números codificados en binario se pueden hacer electrónicamente muchas cosas. Se pueden hacer las operaciones algebraicas que queramos y que nos dé el resultado traducido a nuestro cómodo sistema decimal en la pantalla de la calculadora; se pueden guardar los números en un soporte de memoria electrónica para recuperarlos cuando queramos; se pueden enviar a cualquier otro punto del mundo a través de las redes de telecomunicaciones… se puede hacer de todo.


Bueno, y es que en realidad, además, se acaba traduciendo a código binario todo lo que sea información. Las letras de un texto, la voz, la música, las fotografías, los dibujos, los bancos de datos… todo. Sólo hay que fijarse en una porción básica, el píxel, por ejemplo, y codificarlo según su color y cantidad de luz en una retahíla de ceros y unos que luego nos permita volver a reproducir ese píxel en otro lado cuando queramos. La electrónica lo hace para nosotros a toda velocidad, pero lo hace así, leyendo el sistema binario y pintando en la pantalla del ordenador, píxel a píxel, según está escrito en su registro de memoria electrónica.


Aunque es enorme la cantidad de ceros y unos que se procesan en cada segundo, el método utilizado en cada “microsegundo” por un aparato electrónico es muy simple. De hecho, se basan en operaciones lógicas desarrolladas en el siglo XIX por el matemático George Boole. Desde las simples operaciones “AND” que “suman”… cero y cero igual a cero, cero y uno igual a uno… hasta operaciones más complejas pero que, en realidad, no son más que operaciones que se descomponen siempre en las cuatro operaciones básicas del álgebra de Boole.


Así, cualquier instrucción que demos a un ordenador desde nuestro nivel de usuario, como por ejemplo si tecleamos la letra “p”, se traduce en un conjunto de instrucciones a nivel de programación informática del estilo “codifica en binario la p, guárdala en la memoria y envía la representación de la letra p a la pantalla del ordenador”, cada parte de estas indicaciones se desglosan en instrucciones de niveles de programación más básicos, y éstos a su vez en otros niveles de microprogramación, niveles que usan, finalmente, los ceros y unos y el álgebra de Boole para ejecutar electrónicamente la acción solicitada al teclear la letra “p”: que se grabe esa letra en el texto que estamos escribiendo y que la veamos en la pantalla de nuestro ordenador.


Espero que a partir de ahora, cuando nos digan que esto de la electrónica digital o eso de la informática funciona con códigos binarios, nos suene a chino sólo porque ya en el antiguo I Ching se utilizó en los hexagramas la esencia del código de numeración con “ceros y unos”.


64 hexagramas del I Ching

viernes, 1 de enero de 2010

Calendas de enero


El tiempo es una invención del hombre para concatenar los hechos de su historia.

El hombre primitivo, de manera innata como otros muchos animales, vivía en sincronía con los ciclos temporales de un día. Sol y Luna, luz y oscuridad, actividad y descanso… dos opuestos que marcaron una dualidad en el interior de su subconsciente y que con el tiempo, posiblemente, de ese ciclo de día y noche afloraron principios de dualidad en muchos otros aspectos de la vida.


Seguramente, con el paso de las generaciones primitivas y la toma de consciencia acerca de su existencia, empezaron a observar y medir los ciclos lunares. Las lunaciones fueron, así, la forma incipiente de los actuales irregulares meses. Una forma práctica, para ese hombre primitivo, de contar conjuntos de días.


Pero había otro ciclo en la naturaleza que le provocaba la necesidad de comprender, muy probablemente, por un puro aspecto de supervivencia. El clima variaba desde épocas de intenso calor a otras de virulento frío. El Sol no calentaba siempre igual, ni se alzaba siempre en el cielo hasta tan arriba, las sombras variaban en ciclos de unas cuantas lunas, el día y la noche no duraban siempre igual… Observaron las estrellas de la noche y vieron que había algunas que aparecían en el horizonte en unas épocas y en otras estaciones se escondían bajo la tierra. Con ello intuyeron el ciclo anual y, con la evolución y el apoyo del conocimiento matemático, descubrieron cuatro hitos que daban forma al año: dos solsticios y dos equinoccios. Entre ellos, muchas civilizaciones definieron las cuatro estaciones.


Pero los tres ciclos descubiertos, el de la Tierra, la Luna y el Sol, no coincidían plenamente uno dentro de otro. Las lunaciones ocupaban de media 29,5 días, los años ocupaban 12 lunaciones y parte de una treceava… y el hombre, con su afán de organizar las cosas, como si fuera un enano verde poniendo las cosas a memorizar ordenadamente en los cajones de un bargueño, empezó a crear calendarios con meses lunares, más tarde empezó a organizarlo con meses no lunares, empezó también a inventarse un ciclo semanal dedicando cada día a uno de los planetas conocidos, empezó a decir que el día empieza a las doce de la noche y no cuando sale o se pone el Sol, y cada pueblo fue decretando la creación de sus calendarios: caldeos, griegos, romanos, egipcios, julianos, gregorianos, celtas, hindúes, hebreos, aztecas, mayas, musulmanes, chinos,… como para ponerse de acuerdo la Tierra, el Sol y la Luna y enviarnos a todos a… otra galaxia!


Para acabar de simplificar el tema, en la medida que las matemáticas y la astronomía evolucionaban, detectaron nuevas desviaciones sutiles de los ciclos. Entonces, unos ajustaban las cosas poniendo un treceavo mes de vez en cuando, otros añadían dos días a cada lunación para encajar mejor lo de 12 ciclos lunares en un ciclo solar, otros se saltaron un puñado de días allá por el siglo XVI para "encajar" la Pascua con el equinoccio de primavera, otros ponían un año bisiesto cada cuatro años, otros sacaron lo del año bisiesto en aquellos años que acabasen con dos ceros… ¡Vaya forma de distraer a las masas!



En efecto, el calendario es una invención del hombre que ha utilizado para concatenar los hechos de su historia. Así que el día de hoy no tiene otra cosa de especial más que ser el primer día del año según el calendario gregoriano que, casualmente, seguimos por estos lares para contar los días de nuestra historia. No obstante, consciente de la farsa que nos ha impuesto la sociedad, aprovecharemos el día festivo para celebrar que continuamos aquí dando vueltas sobre la Tierra y alrededor del Sol y desear a nuestros seres queridos la mejor de las felicidades en sus vidas durante el nuevo ciclo solar.