.....

sábado, 27 de febrero de 2010

Momento Cunini

.

Como si de un buen vino se tratara, el gran evento llevaba largos años macerándose en paciente espera para que, al llegar su momento, el Momento, todo estuviera preparado. Todo fuera perfecto.

Saliendo de Puerta Real, el pasear por la comercial Zacatín, el deambular por las callejuelas del singular mercado de la Alcaicería, el curiosear los variados quioscos y la fuente que preside la Bib-Rambla, o el saborear el colorido y la variedad del mercado tradicional que resiste y sobrevive aún en el entorno de la plaza de la Pescadería hicieron un espléndido preludio de la comida en el emblemático restaurante granadino.


Allí, tras atravesar la larga barra de bar de típicas tapas andaluzas llegamos al apartado y pequeño comedor del Cunini. Como un lugar íntimo donde se iba a producir un extremo placer, todo estaba delicadamente preparado en perfecta disposición. Allí, ya acomodados, el conocido, amigo y reconocido maître saludó y atendió, con alegre gracia, a los comensales recomendando al anfitrión en la elección de los platos.

Con el tiempo justo de crecimiento de las quisquillas, pescadas en la cercana costa de Motril, portadas en el mismo día hasta la cocina para que, tras su precisa cocción y enfriado, fueron servidas, sin más, como entrante en el Momento.

Tras largos años de crecer los percebes a base de olas e impactos de marina sal para que, al llegar a su edad adulta, el hombre arriesgara su vida en la captura arrancándolos del fondo del acantilado antes de recibir el último impacto del mar. Tras larga cadena de gente que dedica su esfuerzo diario, este fruto llegó al Momento en su punto justo de hervor y sabor.




Tras largo tiempo de crecer pacientemente las navajas escondidas bajo la arena digiriendo el plancton, los intrépidos buceadores a pulmón libre extrajeron las bivalvas para que, también, tras la larga cadena de entregadas personas, llegaran a su respetuoso momento cumbre en su punto de plancha y aceite.

La vieja tradición en la elaboración y solera de un Privilegio del Condado puso el punto de sabor y olor afrutado que caracteriza a estas bodegas de tierras onubenses. Su color, blanco y limpio, y su sabor, seco, suave y fresco, se encargaron de bañar el paladar para abrir el espíritu degustador de los deliciosos manjares.

Tras el tiempo justo de crecimiento de los chipirones, de los calamarcitos, de los boquerones, de los salmonetes, de la pescadilla; tras usar las mejores materias primas de harina, aceite y sal; tras el certero punto de fritura propio de un experimentado cocinero, llegaron los manjares a la cita, en su justo Momento. En su Momento justo.

Pusieron broche de oro a la comida los variados postres donde no faltaron las Lágrimas de Boabdil en el plato. Nuestro anfitrión explicó el porqué del nombre de los postres así como nos contó a lo largo de la comida múltiples anécdotas e historias vividas en el pasado en ese restaurante.

Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, las largas y esmeradas elaboraciones de las múltiples viandas servidas. Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, los trabajos y atenciones de un equipo profesionales de la hostelería. Y, especialmente, allí confluyó la celebración del evento esperado pacientemente por los tres desde hacía tiempo. Una confluencia de momentos que condujeron al éxtasis de una comida, al Momento.


Recordé el placer que sentí hacía unas semanas en el Gran Café al compartir una comida con unos amigos. Reconocí y disfruté del valor de compartir mesa y comida con tus seres queridos. Sentí un fulgor de intenso y emocionante placer por estar viviendo ese Momento. Y, con felicidad y agradecimiento, aprecié la deliciosa comida, la buena bebida, el agradable lugar y la querida compañía.


.

sábado, 6 de febrero de 2010

Código binario

.

Cuando nos dicen que esto de la electrónica digital o eso de la informática funciona con códigos binarios nos suena a chino... !Pues sí! Es cierto, porque ya en la antigua filosofía del I Ching se utilizó la esencia del código de numeración con “ceros y unos”.

Estamos acostumbrados a contar con los números del 1 al 10 en nuestro seguro y cómodo sistema decimal y, sobre este sistema, sabemos realizar las operaciones algebraicas básicas. Bueno, los hay que se han olvidado ya de dividir a mano y echan mano a la calculadora para que la electrónica digital les saque del apuro.


También estamos acostumbrados a contar algunas cosas con el sistema sexagesimal. Este sistema, que usa el número 60 como base, lo usamos para contar el tiempo –horas, minutos, segundos-, en la medición de ángulos… y hasta cuando compramos algunos productos por docenas. Que, hablando de la docena, es una antigua y sabia cuestión de práctica doméstica. Puesto que la docena es la cantidad más pequeña que permite ser repartida entre una, dos, tres, cuatro o seis personas.


Pues el código binario no es más que otro sistema de contar. Lo que ocurre es que, como lo que se tenía en esos inicios de la electrónica digital era el cero (no hay corriente) y el uno (sí hay corriente), pues se usaron esos dos niveles, el cero y el uno, como base para contar las cosas. Como lo hicieron cuatro mil años antes en el I Ching.


Cualquier número puede ser traducido a código binario. El tres es 11 (se lee uno uno), el diez es 1010 (uno cero uno cero) o el doscientos nueve es 11010001. Con esos números codificados en binario se pueden hacer electrónicamente muchas cosas. Se pueden hacer las operaciones algebraicas que queramos y que nos dé el resultado traducido a nuestro cómodo sistema decimal en la pantalla de la calculadora; se pueden guardar los números en un soporte de memoria electrónica para recuperarlos cuando queramos; se pueden enviar a cualquier otro punto del mundo a través de las redes de telecomunicaciones… se puede hacer de todo.


Bueno, y es que en realidad, además, se acaba traduciendo a código binario todo lo que sea información. Las letras de un texto, la voz, la música, las fotografías, los dibujos, los bancos de datos… todo. Sólo hay que fijarse en una porción básica, el píxel, por ejemplo, y codificarlo según su color y cantidad de luz en una retahíla de ceros y unos que luego nos permita volver a reproducir ese píxel en otro lado cuando queramos. La electrónica lo hace para nosotros a toda velocidad, pero lo hace así, leyendo el sistema binario y pintando en la pantalla del ordenador, píxel a píxel, según está escrito en su registro de memoria electrónica.


Aunque es enorme la cantidad de ceros y unos que se procesan en cada segundo, el método utilizado en cada “microsegundo” por un aparato electrónico es muy simple. De hecho, se basan en operaciones lógicas desarrolladas en el siglo XIX por el matemático George Boole. Desde las simples operaciones “AND” que “suman”… cero y cero igual a cero, cero y uno igual a uno… hasta operaciones más complejas pero que, en realidad, no son más que operaciones que se descomponen siempre en las cuatro operaciones básicas del álgebra de Boole.


Así, cualquier instrucción que demos a un ordenador desde nuestro nivel de usuario, como por ejemplo si tecleamos la letra “p”, se traduce en un conjunto de instrucciones a nivel de programación informática del estilo “codifica en binario la p, guárdala en la memoria y envía la representación de la letra p a la pantalla del ordenador”, cada parte de estas indicaciones se desglosan en instrucciones de niveles de programación más básicos, y éstos a su vez en otros niveles de microprogramación, niveles que usan, finalmente, los ceros y unos y el álgebra de Boole para ejecutar electrónicamente la acción solicitada al teclear la letra “p”: que se grabe esa letra en el texto que estamos escribiendo y que la veamos en la pantalla de nuestro ordenador.


Espero que a partir de ahora, cuando nos digan que esto de la electrónica digital o eso de la informática funciona con códigos binarios, nos suene a chino sólo porque ya en el antiguo I Ching se utilizó en los hexagramas la esencia del código de numeración con “ceros y unos”.


64 hexagramas del I Ching