Como si de un buen vino se tratara, el gran evento llevaba largos años macerándose en paciente espera para que, al llegar su momento, el Momento, todo estuviera preparado. Todo fuera perfecto.
Saliendo de Puerta Real, el pasear por la comercial Zacatín, el deambular por las callejuelas del singular mercado de
Allí, tras atravesar la larga barra de bar de típicas tapas andaluzas llegamos al apartado y pequeño comedor del Cunini. Como un lugar íntimo donde se iba a producir un extremo placer, todo estaba delicadamente preparado en perfecta disposición. Allí, ya acomodados, el conocido, amigo y reconocido maître saludó y atendió, con alegre gracia, a los comensales recomendando al anfitrión en la elección de los platos.
Con el tiempo justo de crecimiento de las quisquillas, pescadas en la cercana costa de Motril, portadas en el mismo día hasta la cocina para que, tras su precisa cocción y enfriado, fueron servidas, sin más, como entrante en el Momento.
Tras largos años de crecer los percebes a base de olas e impactos de marina sal para que, al llegar a su edad adulta, el hombre arriesgara su vida en la captura arrancándolos del fondo del acantilado antes de recibir el último impacto del mar. Tras larga cadena de gente que dedica su esfuerzo diario, este fruto llegó al Momento en su punto justo de hervor y sabor.
Tras largo tiempo de crecer pacientemente las navajas escondidas bajo la arena digiriendo el plancton, los intrépidos buceadores a pulmón libre extrajeron las bivalvas para que, también, tras la larga cadena de entregadas personas, llegaran a su respetuoso momento cumbre en su punto de plancha y aceite.
La vieja tradición en la elaboración y solera de un Privilegio del Condado puso el punto de sabor y olor afrutado que caracteriza a estas bodegas de tierras onubenses. Su color, blanco y limpio, y su sabor, seco, suave y fresco, se encargaron de bañar el paladar para abrir el espíritu degustador de los deliciosos manjares.
Tras el tiempo justo de crecimiento de los chipirones, de los calamarcitos, de los boquerones, de los salmonetes, de la pescadilla; tras usar las mejores materias primas de harina, aceite y sal; tras el certero punto de fritura propio de un experimentado cocinero, llegaron los manjares a la cita, en su justo Momento. En su Momento justo.
Pusieron broche de oro a la comida los variados postres donde no faltaron las Lágrimas de Boabdil en el plato. Nuestro anfitrión explicó el porqué del nombre de los postres así como nos contó a lo largo de la comida múltiples anécdotas e historias vividas en el pasado en ese restaurante.
Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, las largas y esmeradas elaboraciones de las múltiples viandas servidas. Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, los trabajos y atenciones de un equipo profesionales de la hostelería. Y, especialmente, allí confluyó la celebración del evento esperado pacientemente por los tres desde hacía tiempo. Una confluencia de momentos que condujeron al éxtasis de una comida, al Momento.
Recordé el placer que sentí hacía unas semanas en el Gran Café al compartir una comida con unos amigos. Reconocí y disfruté del valor de compartir mesa y comida con tus seres queridos. Sentí un fulgor de intenso y emocionante placer por estar viviendo ese Momento. Y, con felicidad y agradecimiento, aprecié la deliciosa comida, la buena bebida, el agradable lugar y la querida compañía.
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