Durante todo el año me resulta agradable pasear por
el bosque descubriendo sus múltiples secretos y deleitándome con los variados paisajes
que nos ofrece la naturaleza. Sin embargo, con la llegada del otoño, el bosque
se me torna especialmente atrayente. Y es porque además del abanico de colores de
sus ramas, sumergen unos preciados tesoros que parecen como si hubieran estado
todo el año escondidos bajo tierra.
Es una
ocasión para poner a prueba un instinto aletargado durante todo el resto del año.
Una mezcla de experiencia e intuición te dirige hacia donde, tal vez, puedes
encontrar este tesoro auto-desenterrado. La especie de árbol de la zona, el
tipo de suelo, su vegetación, su humedad, la orientación cardinal del terreno,
la incidencia de la luz… son pistas para conocer los lugares más propensos a
encontrar según qué setas. No obstante, el lugar concreto donde crecen es típicamente
un secreto celosamente guardado.
Es,
también, una ocasión que me permite entrar en un contacto más íntimo con la
naturaleza. Abandonar el camino habitual para penetrar entre árboles, rodear
maleza y pinchos, ojear cuidadosamente bajo arbustos y llegar a rincones insospechados
que, si no fuera por la excusa de que tal vez ahí encontraré algo, no accedería
jamás. Como si de un radar visual se tratara, rastreas visualmente el suelo en
busca de una seta. A veces aparece ahí mismo, ante ti, tras un matorral; otras
aparece en forma de una disimulada pista, como un abultamiento en la capa de
hojas caídas o un punto de color peculiar que asoma tímidamente en el suelo.
Es un
momento sin igual localizar algún ejemplar. Te acoge una mezcla de alegría y
respeto. Alegría por conseguir ese objetivo perseguido y respeto por
identificar correctamente de que seta se trata, por saber discernir si es
comestible o tóxica y, también, porque es un acto en el que recoges un “fruto”
que te aporta la “madre tierra”.
Tras la
recolección, limpiarlas cuidadosamente. Revisar una a una su estado,
clasificarlas y cocinarlas.
Y,
finalmente, degustar el sabor peculiar de cada especie compartiéndolas en una
buena mesa. Otra ocasión sublime en la que penetra a través de los sentidos
algo que trasciende lo corpuscular. Y es que la micología es un mundo
fascinante no sólo lleno de ciencia y gastronomía, si no también lleno de
misterios.