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domingo, 3 de mayo de 2015

Gran descubrimiento románico


"Levantado el muro contra la voluntad de los inmortales dioses, no debía subsistir largo tiempo" Homero (VIII AC)



En ocasiones, mientras los quehaceres diarios ocupan nuestro tiempo de forma inexorable, la mente se evade hacia esos momentos anteriormente vividos y que van llenando tu vida de auténtico valor. 

En ocasiones, esos pensamientos se desplazan hacia ese grupo de amigos que se originó en torno al románico en medio de circunstancias extrañas, cuando, víctimas de egocentrismos y memeces ajenas, acabamos desarrollando lazos de afecto al erigirnos defensores de valores como los de lealtad y el respeto por la amistad. 

En ocasiones, las estrellas se alinean y los destinos se van entretejiendo sin que apenas podamos intuirlo. Y en ocasiones, todo lo anterior se reúne en un mismo instante:



* Rivi Jones, en el templo perdido

Rubén Oliver Jové, nuestro Rivi, había decidido levantarse antes que el sol y enfrascarse en una de sus rutas imposibles. Subyugado por una perseverancia instintiva, ignoraba que ese día, el viejo ancestro, estaba esperando.

Tras horas de trayectoria y rastreo encontró aquella edificación que buscaba, muy maltrecha tras un abandono de muchos años, la puerta rota y atrancada por los escombros, el techo caído y gran parte del encalado despegado dejando al aire trozos de la pared originaria. Y en el interior, arruinado, un muro divisor del tambor absidial mostraba un agujero reventado en el que no dudó introducirse.



Y así fue, como poco después y mientras el resto seguíamos enfrascados en nuestras tareas diarias que, al oír el tono del whatsapp, nuestras mentes se agruparon, de nuevo, en torno a un mensaje:  

 -"Alerta Románica", expresaba la frase enviada. Y luego, unas fotos con la pregunta: 

"Es lo que yo creo?"





Un relámpago fugaz invadió nuestra conciencia. No dábamos crédito a nuestros ojos. Improntas de pinturas que se antojaban románicas, estaban en la pantalla de nuestro móvil, acabadas de fotografiar por Rubén en el interior de ese agujero. 

En ocasiones, te parece inconcebible lo que ves, tanto, que incluso dudas a pesar de las pruebas incuestionables que te presentan. Y en ocasiones, no queda más remedio que ir a constatar si ese sueño tan increíble es real. 


Un par de días después, madrugando esta vez antes que el Rivi, nos presentamos en su casa dispuestos a acompañarlo.

Las seis de la mañana no es mala hora para, entre abrazos y chistes malos, comenzar una dura ascensión si el momento y los amigos lo requieren. 

Tras una noche tormentosa, todo eran brumas, frío y lodazales, pero nada truncó el conseguir llegar a nuestra meta.



La iglesia es de una sola nave con cubierta a doble agua, en avanzado estado de derrumbe y altar al este. Sin elementos ornamentales aparentes, tiene una sola puerta sobre la fachada oeste, donde se añaden otras dos pequeñas ventanas y un rudimentario óculo.

La elevación del muro, construido en época posterior a la románica, es lo que trunca el ábside y ha impedido, hasta el momento, poder acceder a esas pinturas.


Tan solo introducirnos en el agujero de la hornacina, pudimos ver de inmediato la ventana cegada y el intenso cromatismo a su alrededor.





El hallazgo:



En el interior de ese pequeño espacio, se encuentra oculto y secreto el primitivo ábside. Sus paredes están repletas de improntas y restos de color pigmentado, ocres, tierras, azul, negro y rojo:

Una mandorla, de forma redonda y decorada, dentro de la cual podemos llegar a percibir la parte inferior de las vestiduras del Maiestas con un pie sobre el escabel. Es visible, asimismo, una parte del tetramorfos, los lomos traseros del león y del toro, símbolos de los evangelistas San Marcos y San Lucas.

También siluetas de peces; anchos ribetes de puntos rojos, siluetas de figuras nimbadas, entre las que destaca la imagen de la Virgen orante, que permanecen de pie bajo arcadas que se insinúan palmeadas y que a buen seguro estaban perfectamente decoradas en su estado inicial.





En la zona inferior, una cenefa de doble entrelazo con grueso cordón horizontal y un faldón blanco que, cubierto en estos momentos por pedruscos, tierra y excrementos de animales campestres, sin duda, debe llegar hasta la base del suelo.

Y, como era de esperar, arriba, sobre la cubierta que actualmente ya esta desplomada, la parte celeste de esta escena iconográfica tiene su continuación: cenefas, ondas, pájaros y tallos vegetales se adivinan perfectamente bajo la cañiza y la suciedad.



 *Extasiados

Como si lo estuviéramos contemplando en sus primeros tiempos, quisimos visualizar la escena en nuestra mente: 

El Maiestas Domini sedente, en su almendra mística, bendiciendo con su diestra y sujetando el libro de la Vida en la otra, rodeado del tetramorfos y quizá, de algún otro ser angélico. Bajo sus pies, la parte acuosa de la creación, los peces poblando los mares y, encima, los cielos con sus aves y la vegetación que se asienta en la tierra, mostrándose como regente y presidiendo toda la manifestación creada.

Esquema del ábside en 3D
Y bajo esa escena, en el registro central del ábside, indicando la relevante importancia de ambos componentes, se encuentran bajo un doble arco la única ventana del templo, ataviada con triángulos pigmentados con la paloma mística en su culmen y, la representación muy insólita de una Virgen Orante, imagen intercesora de clara influencia paleocristiana.

Todo ello acompañado por ambos lados de un pequeño séquito de apóstoles o santos nimbados, bajo unos arcos palmeados revestidos de ornamentación y de color. Un color precioso y vivo, del que ahora sólo queda su compungida huella.



*****
Nuestra atención se dirigió también hacia la prolongación de los laterales del ábside, blanqueados no sabemos cuantos años atrás. 

No se observa nada, excepto que en la parte superior del muro izquierdo, ya hace tiempo se había formado un gran embolsamiento de humedad y que, actualmente, ha llegado incluso a cuartear el encalado.

Quizá la lluvia que había caído con fuerza esa misma noche ayudó a que, con solo presionar el yeso, éste cediera, y ante nuestros ojos atónitos continuaron apareciendo más grabados y siluetas fragmentadas de intenso color rojo.



La silueta de un apóstol con una llave, San Pedro, como no. A su lado, otro que parece llevar báculo o bastón de peregrino, Santiago, quizá?, encima de ellos, un querubin y, más arriba, el tetramorfos de San Juan, el águila, a la que nos contuvimos de descubrir del todo ya que era el momento de hacer una reflexión.

Con casi total seguridad, la mandorla con su Cristo en Majestad siguen enteros bajo el encalado, junto a gran parte de las pinturas correspondientes que, aunque muy degradadas, pueden resultar de importantísimo valor cultural.

Tanto el trazo floral que embellece la mandorla, como las ondas caracoladas del registro superior, tienen ciertas semejanzas con ornamentaciones de pinturas románicas de los s.XI-XII de las zonas de los Pallars y de Andorra.

Asimismo, la presencia de una Orante junto a la ventana en esa zona principal del abside, solo tiene un precedente que sepamos, en las pinturas murales de Sant Cristofol de Toses en el Ripollés. Pensamos que, quizá el diseño de nuestro ábside hallado, procediera de una primerísima influencia italiana en la pintura románica catalana.

Tras el descubrimiento hace más de dos décadas de las pinturas de la iglesia de San Vicenç d'Estamariu, a buen seguro éste es el hallazgo pictórico del románico catalán más importante de los últimos años.

Planimetria de la nave

Cabestany, de Salud y Románico  

tomando notas de la planta
Es el momento de comunicar esos hallazgos que sobrepasan nuestros medios, fomentar su protección y promover la declaración de este pequeño santuario como Bien de Interés Cultural.

En ocasiones, las estrellas se alinean y los destinos se van entretejiendo sin que apenas podamos intuirlo. Y en ocasiones, todo lo anterior se reúne en un mismo instante:

Este fue nuestro gran instante!!


domingo, 4 de noviembre de 2012

Tras la seta secreta


Durante todo el año me resulta agradable pasear por el bosque descubriendo sus múltiples secretos y deleitándome con los variados paisajes que nos ofrece la naturaleza. Sin embargo, con la llegada del otoño, el bosque se me torna especialmente atrayente. Y es porque además del abanico de colores de sus ramas, sumergen unos preciados tesoros que parecen como si hubieran estado todo el año escondidos bajo tierra.




Es una ocasión para poner a prueba un instinto aletargado durante todo el resto del año. Una mezcla de experiencia e intuición te dirige hacia donde, tal vez, puedes encontrar este tesoro auto-desenterrado. La especie de árbol de la zona, el tipo de suelo, su vegetación, su humedad, la orientación cardinal del terreno, la incidencia de la luz… son pistas para conocer los lugares más propensos a encontrar según qué setas. No obstante, el lugar concreto donde crecen es típicamente un secreto celosamente guardado.

Es, también, una ocasión que me permite entrar en un contacto más íntimo con la naturaleza. Abandonar el camino habitual para penetrar entre árboles, rodear maleza y pinchos, ojear cuidadosamente bajo arbustos y llegar a rincones insospechados que, si no fuera por la excusa de que tal vez ahí encontraré algo, no accedería jamás. Como si de un radar visual se tratara, rastreas visualmente el suelo en busca de una seta. A veces aparece ahí mismo, ante ti, tras un matorral; otras aparece en forma de una disimulada pista, como un abultamiento en la capa de hojas caídas o un punto de color peculiar que asoma tímidamente en el suelo.






Es un momento sin igual localizar algún ejemplar. Te acoge una mezcla de alegría y respeto. Alegría por conseguir ese objetivo perseguido y respeto por identificar correctamente de que seta se trata, por saber discernir si es comestible o tóxica y, también, porque es un acto en el que recoges un “fruto” que te aporta la “madre tierra”.






Tras la recolección, limpiarlas cuidadosamente. Revisar una a una su estado, clasificarlas y cocinarlas.




Y, finalmente, degustar el sabor peculiar de cada especie compartiéndolas en una buena mesa. Otra ocasión sublime en la que penetra a través de los sentidos algo que trasciende lo corpuscular. Y es que la micología es un mundo fascinante no sólo lleno de ciencia y gastronomía, si no también lleno de misterios.





miércoles, 14 de abril de 2010

Mercuriales del Montcau

Un impulso inconsciente nos influyó hace poco a realizar un determinado ritual. Nadie nos había contado nada antes, pero lo intuimos. Supimos, como si de un acto de nuestro instinto humano se tratara, que teníamos que hacerlo. Y lo hicimos.

Algo primitivo, ancestral, se apoderó de nosotros al ver el lugar privilegiado: un lugar elevado de la montaña, un llano de reducidas dimensiones con un único acceso a pie y rodeado de escarpados precipicios, un punto privilegiado de la orografía que ofrecía unas espléndidas vistas hacia diversos valles y hacia las montañas de singular forma montserratina… en definitiva, un enclave digno para construir un templo.



Y, como si de un singular templo se tratara, en este lugar especial había un número considerable de montones de piedras. Unas torrecillas más grandes y otras más pequeñas, esparcidas por la limitada extensión del altiplano, que se mostraban enigmáticas ante nuestros ojos.



Tras el instinto inicial de contribuir aportando otra piedra para engrosar uno de los montículos, empezamos una nueva pila de piedras aportando cantos escogidos del entorno que identificábamos con las personas que queremos, a modo de representación simbólica de desear acercarlos, de juntar a los seres queridos y de invocar, a través de ese hecho, a alguna fuerza superior para que proteja al grupo. Tras acomodar, una a una, todas las piedras escogidas en el montón colectivo procurándole estabilidad al conjunto, deseamos que, con el tiempo, la pila fuera alimentándose de nuevas piedras.



Hoy, miércoles, he recordado ese instintivo ritual practicado hace pocos días y he buscado documentación en hechos análogos.


Es sorprendente averiguar que el hombre primitivo usaba, posiblemente, el amontonar piedras como instrumento a través del cual podía invocar a los dioses. Que en las antiguas civilizaciones tibetanas y egipcias ya realizaban similares pilas cónicas de piedras con finalidades espirituales, amontonamientos que derivaron en la concepción de obras piramidales. Que en los altiplanos de los Andes se construyen montículos similares – las apachetas – como homenaje a su madre tierra Pacha Mana. O que en puntos de nuestra península, como en la Cruz de Ferro del monte Irago en el camino de Santiago, existe un montón de piedras que va creciendo, día tras día, con la aportación de los peregrinos.


Asimismo, es sorprendente averiguar que esta pila de piedras recibe también el nombre de mercurial, que el concepto está relacionado con el dios Mercurio, que es el mismo concepto que el dios griego Hermes, que las “hermas” también eran montones de piedras que se hacían en los márgenes de los caminos y que todo el que pasaba añadía su piedra al montón, hermas que derivaron en tallas en piedra a modo de mojones, mojones o hitos que, en los caminos de montaña, se suelen realizar con un pequeño montículo de piedras para indicar el camino a seguir… Todo un mundo de relaciones.

También es sorprendente averiguar que, parece ser, muchas ermitas dedicadas a San Cristóbal se levantaron en puntos donde había un mercurial, relacionándolo como si San Cristóbal fuera una cristianización del dios Mercurio y apoyando, además, la hipótesis en términos alquímicos como que si el mercurio es “el portador del oro”, analógicamente Cristóbal podría ser entendido, según se quiera traducir, como “Cristo portador del oro”… Todo un mundo de relaciones.


Enfin, dejando de lado que al construir una pila de piedras bajo una perspectiva ritual se expresa un ideal y se genera una satisfacción de nuestras emociones y sentimientos más elevados, lo que en el fondo me ha sorprendido de todo esto es que hemos tenido una posible constancia de la existencia de una subconsciencia colectiva, puesto que hemos actuado bajo unos mismos patrones de comportamiento que se han repetido en otros tiempos y en lugares muy dispares del mundo. !Cuántas relaciones hay en el mundo!

Efectivamente, fue una necesidad que partió de nuestro interior, un impulso instintivo. Teníamos que hacerlo. Y lo hicimos.


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Cuando volvimos al Mercurial, 4 años después (22-2-2014), nos encontramos que había crecido!





lunes, 8 de marzo de 2010

Graná, tierra soñá

Hubo una pareha de mendas que se pegaron una pechá de viahar pa’cer una mihilla er pollas dando vueltas por Graná.


Entoqué llegaron, noh echaron un movih pa’hir a buscarlos en taxis a los polígonos, pueh ehtaban eslomaos, los ahelicos, y no atinaban pa llegá a Puertarrá.

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-“Ahora que me he arregostao a la buena vida, suh subís ar taxis pa’hir a esos barrios de la Yoli y er Chavea”- Nos diho er shiquillo mientras conduhia er coshe con malaostia. ¡Pahecía que er pollas quería ir al hiñaero!

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Namá llegá ar hoté, los cuchis tabanmayaos, asín que se pegaron una comía dercopón, cohieron una pea de la vihen y no deharon de decir folletás toa la noshe tapaos con una manta. Con un “Ozú, qué repeluh ma dao ese vino” se hicieron er longuis y los shiquillos se fueron a dormir dehándonos en lestacá. "¡Cuchis, los tíos!", dihimos.

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Ar día sihiente, con la rehaca, er niño no era capah de ná, estaba apollardao. Conticoneso, subieron ar Arbaisín en Buh (que er trahporte plúsblico es la polla) y er chavae, que había cohio alehia a los hipreses y los iba fotograhiando pá curá su arma hería, hacia una heta más sospechosa que un hitano haciendo futin (¡Anda que no!). Asín que un hombre –dicen que era er Bute- lo achantó con una panzá de voces y… ¡Chah! er cazo es que er cuchi le dio suh cámara de fotoh y er pollas se marshó ná regomelloso.

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-"¡Qué ihoputa que es er mendas!, ¿Notehode? ¡Foh!"- gritamoh tós mientras ehcondíamos las otras cámaras y las tahetas de crédito bajo el abriho.

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Alguno de nohotros, como había venío como pa'cé un mandaillo y no quería ser dehcubierto, diho que la cámara valía una mihilla de nà, "unas sientas pehetas" y que le compraría otra en una volá. Asín que er niño, acohonao, espeluznao y una chispitilla mosqueao, le encartó la propuehta der enterao Darmería.

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De no ser por la falanhitis que cohieron los mendas tras la sehunda noshe de pegarse una panzá de helaos mientras decían las folletás de la vihen y de la mae tierra, bajo la manta dercopón, podríamos ahegurá que los shiquillos lo habían pasao de cohones. Pero er niño estaba mu malico y le reconcomía haberse zampao tanto helao.



Poyastá, asín que la pareha se volvió a pegar una pechá de viahar pà volver a su buhero en la gran ciudá. Conticoneso, nos los pasamos dercopón.

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sábado, 27 de febrero de 2010

Momento Cunini

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Como si de un buen vino se tratara, el gran evento llevaba largos años macerándose en paciente espera para que, al llegar su momento, el Momento, todo estuviera preparado. Todo fuera perfecto.

Saliendo de Puerta Real, el pasear por la comercial Zacatín, el deambular por las callejuelas del singular mercado de la Alcaicería, el curiosear los variados quioscos y la fuente que preside la Bib-Rambla, o el saborear el colorido y la variedad del mercado tradicional que resiste y sobrevive aún en el entorno de la plaza de la Pescadería hicieron un espléndido preludio de la comida en el emblemático restaurante granadino.


Allí, tras atravesar la larga barra de bar de típicas tapas andaluzas llegamos al apartado y pequeño comedor del Cunini. Como un lugar íntimo donde se iba a producir un extremo placer, todo estaba delicadamente preparado en perfecta disposición. Allí, ya acomodados, el conocido, amigo y reconocido maître saludó y atendió, con alegre gracia, a los comensales recomendando al anfitrión en la elección de los platos.

Con el tiempo justo de crecimiento de las quisquillas, pescadas en la cercana costa de Motril, portadas en el mismo día hasta la cocina para que, tras su precisa cocción y enfriado, fueron servidas, sin más, como entrante en el Momento.

Tras largos años de crecer los percebes a base de olas e impactos de marina sal para que, al llegar a su edad adulta, el hombre arriesgara su vida en la captura arrancándolos del fondo del acantilado antes de recibir el último impacto del mar. Tras larga cadena de gente que dedica su esfuerzo diario, este fruto llegó al Momento en su punto justo de hervor y sabor.




Tras largo tiempo de crecer pacientemente las navajas escondidas bajo la arena digiriendo el plancton, los intrépidos buceadores a pulmón libre extrajeron las bivalvas para que, también, tras la larga cadena de entregadas personas, llegaran a su respetuoso momento cumbre en su punto de plancha y aceite.

La vieja tradición en la elaboración y solera de un Privilegio del Condado puso el punto de sabor y olor afrutado que caracteriza a estas bodegas de tierras onubenses. Su color, blanco y limpio, y su sabor, seco, suave y fresco, se encargaron de bañar el paladar para abrir el espíritu degustador de los deliciosos manjares.

Tras el tiempo justo de crecimiento de los chipirones, de los calamarcitos, de los boquerones, de los salmonetes, de la pescadilla; tras usar las mejores materias primas de harina, aceite y sal; tras el certero punto de fritura propio de un experimentado cocinero, llegaron los manjares a la cita, en su justo Momento. En su Momento justo.

Pusieron broche de oro a la comida los variados postres donde no faltaron las Lágrimas de Boabdil en el plato. Nuestro anfitrión explicó el porqué del nombre de los postres así como nos contó a lo largo de la comida múltiples anécdotas e historias vividas en el pasado en ese restaurante.

Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, las largas y esmeradas elaboraciones de las múltiples viandas servidas. Allí confluyeron, en ese tiempo y lugar, los trabajos y atenciones de un equipo profesionales de la hostelería. Y, especialmente, allí confluyó la celebración del evento esperado pacientemente por los tres desde hacía tiempo. Una confluencia de momentos que condujeron al éxtasis de una comida, al Momento.


Recordé el placer que sentí hacía unas semanas en el Gran Café al compartir una comida con unos amigos. Reconocí y disfruté del valor de compartir mesa y comida con tus seres queridos. Sentí un fulgor de intenso y emocionante placer por estar viviendo ese Momento. Y, con felicidad y agradecimiento, aprecié la deliciosa comida, la buena bebida, el agradable lugar y la querida compañía.


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sábado, 12 de diciembre de 2009

I-magina La Fraga


Hacía tiempo ya que conocía La Fraga. No por haber tenido el honor de poder estar antes allí, físicamente, sino porque le había cogido ya cariño a ese lugar a través del mundo virtual. Algunos relatos, comentarios diversos en blogs y foros, o las historias de los personajes de La Fraga de Malvís habían sido los encargados de darle forma imaginaria a ese lugar, a ese entrañable e idealizado bosque encantado.



Hacía tiempo ya que me pareció oír un silbido a dos tonos dentro de mí. El primer tono agudo y sostenido en el tiempo y, justo a continuación pero formando parte del mismo silbido, un segundo tono, más grave y de similar duración. La primera llamada del silbido penetró en mi inconsciente y, aunque no le presté demasiada atención, despertó en mi espíritu la necesidad de acudir algún día al lugar de donde procedía ese sonido: La Fraga. A la segunda llamada oída, asistió al encuentro una parte de mi propio ser, mi alma, aunque yo no estuve físicamente allí. Y al tercer silbido oído ya estaba, finalmente, allí, en cuerpo, alma y espíritu, al final de ese salvaje camino de entrada flanqueado por pinos y alguna parra emparrada. Allí, de pie, frente a la Mojonera, con el corazón palpitándome por una mezcla de emoción por estar allí visitando y contemplando La Fraga, más un nerviosismo incontrolado por acercarse un momento especial de mi vida, que esperaba que marcase aquel día con un antes y un después.

Tuve, pues, la ocasión de poder visitar esas tierras acompañado de dos seres especialmente queridos por mí. Unas tierras que albergan profundas raíces - no sólo de olivares - que te unen a ese espacio sacro, quieras o no, para toda la vida.

Tuve, pues, la ocasión de poder tocar esos olivos de ramas “doblás” por el peso de las aceitunas. Esos olivares centenarios de doble o triple tallo plantados en retícula de perfecta formación equidistante cubriendo toda la tierra fértil de la falda baja del Aznaitín. Matas de olivares longevos, de troncos retorcidos por los años, con retamas y ramones que buscan sobrevivir en el ciclo de la natural naturaleza y se alegran por huir de la poda o de la quema. Olivos vivos, llenos de energía, que ofrecerán, seguramente, una buena cosecha este año. Aunque eso dependerá del rendimiento, de la cantidad de aceituna llevada a la cooperativa, de cuanta es de cielo o de suelo, de la lluvia que caiga en estos últimos días antes de la recolección, o de si la cuadrilla de recolectores muestra su honradez y profesionalidad en la faena.


Tuve, pues, la ocasión de poder contemplar los restos en pie del viejo cortijo de la Mojonera, sus humildes estancias, el patio posterior que hacía de corral, la chimenea del pequeño comedor, las botellas de vino vacías que llenaron el espíritu a Perico Ponela, la percha de madera para colgar la bota, la suma a lápiz que aún se conserva en la pared encalada… E inhalé. Inspiré profundamente y, a pesar del nerviosismo, creí captar la esencia que aún vibraba en ese lugar.


Tuve, pues, la ocasión de poder intuir los sistemas secretos de abastecimiento de agua de esas tierras. El Aznaitín resultaba ser el abastecedor de un cauce subterráneo. Con un par de pozos, unas bombas y unos pasos sifónicos bajo la carretera se alimentaba el caz, un canal que soñaba ser torrente incontrolado y que atravesaba la finca para llevar el bien a las zonas más áridas. Me contaron que, tiempo atrás, cuando no había aún el sistema de riego por goteo, a partir del caz se iba abriendo paso al agua haciendo una canal con un azadón. Llegando de olivo en olivo donde se hacia un alcorque alrededor de cada tronco para regarlos, con agua, sudor y amor.

Y tuve, pues, la ocasión y el honor de estar en el Cerrillo Costalo. Una elevación donde el olivar cede al pino, a la encina y a las retamas que crecen salvajemente. Un espacio sacro, de refugio, de reflexión, de intromisión, de ataduras ancestrales y, además, de una singular, sensible y tierna belleza. Un espacio desde donde se divisan las laderas del Aznaitín, unas tierras prácticamente vírgenes que ofrecen su pasto a los rebaños de cabras y ovejas. Unas tierras que, en una futura ocasión, procuraré pasearme por ellas sin prisa para captar el alma de esa tierra, de ese sentimiento al que, aún, no le sé poner palabras.

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Y allí, en el Cerrillo Costalo, al amparo de la fuerza que emanaba el sacro lugar, junto a la roca que sobresalía invitando al asiento, o a modo altar, tuve la ocasión de expresar y formalizar, con ojos limpios, mis pensamientos y sentimientos íntimos.

Al partir de La Fraga, me llevé conmigo una piedrecita - un trocito de ese lugar sagrado-, unas aceitunas del cornezuelo cogidas por los tres juntos ordeñando las ramas, un muy grato recuerdo de haber estado ahí sintiendo la grandeza del lugar y, sobretodo, me llevé el corazón rebosante de felicidad.

Hacía tiempo ya que conocía La Fraga. Pero en ese espléndido y soleado día de finales de otoño, que jamás en la vida olvidaré, tuve el honor de poder estar allí físicamente, en cuerpo, alma y espíritu.



domingo, 1 de noviembre de 2009

Los pilares de mi mundo

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Muchas veces ha venido a mi mente esa vieja canción que, con gran acierto, afirmaba que en la vida hay tres cosas básicas para ser feliz: salud, dinero y amor. No obstante, también hay gente más mundana y superficial que se compran un camión, o un tractor amarillo, y con ello ya tienen su felicidad… zoológica.

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Mi esquema de felicidad y equilibrio emocional parece que se me ha vuelto –con los años- un poco complejo. Aunque espero que no se me complique más, dudo que esperanzas y realidades sigan el mismo camino.


Bajo mi percepción, soy de la opinión que el equilibrio emocional de una persona se apoya sobre un conjunto de pilares. Unos pilares son sólidos y otros están más débiles, unos son más estables y otros varían de grosor por ciclos temporales. Enfin, que el equilibrio emocional de todo quisqui oscila constantemente. Lo importante es que esa oscilación no se acentúe demasiado, se tambalee todo y el “castillo” en el que estás montado se venga abajo. Para ello, en tu interior, allí donde radican tus sentimientos más íntimos, se establece una constante lucha con el fin de mantenerte erguido sobre esos pilares sobre los que crees apoyarte.


¿De qué pilares estamos hablando? Pues en el de la salud, la economía, las raíces, los hijos, el amor, los amigos, el trabajo, las aficiones,… puede haber más pilares, aunque en este momento no soy capaz de percatarme de ningún otro. Y suele pasar que te percatas de que había un pilar ahí, precisamente, cuando éste se rompe.



Cuando, por circunstancias propias de la vida, hay algún pilar de éstos que se debilita, inconscientemente nos apoyarnos con más intensidad en los otros que los vemos más firmes y seguros con el fin de mantener esa estabilidad emocional. No siempre el pilar dañado es reparado. Unas veces por desidia, otras por profundo dolor, otras por temor a afrontarse al problema y bajar a trabajar en los cimientos del pilar, se acaba creyendo uno – ingenuamente - que “el tiempo” lo sanará, que con “el tiempo” ese pilar crecerá y volverá a ser firme como lo era en un pasado.


Un hecho acontecido recientemente en el trabajo ha hecho que, el pilar donde me había refugiado en los últimos dos años, tambaleara fuertemente. He pasado a encontrarme solo ante las responsabilidades y las decisiones a tomar. Ha sido para mí una sacudida que me ha hecho revisar el conjunto de pilares que soportan emocionalmente mi vida y, entonces, he creído darme cuenta de su débil y frágil estado.


Y como si fuera un síndrome propio del otoño, o algo contagioso, los miedos me han enturbiado el ánimo y el corazón. Miedo a la soledad, miedo a que algo o alguien pueda hacer daño a mis seres queridos, miedo a perderlos, miedo a todo.



Recuperar la confianza y la seguridad; disipar los miedos y fortalecer los pilares dañados; alimentar el alma con amor y crecer en la autoestima; saber escoger bien el camino a seguir y cambiar tu óptica con la que enfocabas los principios y la felicidad de tu vida… no son cosas fáciles ni rápidas. Requiere pensar en soledad, reflexionar sobre qué te ocurre realmente, comunicarte con los demás y en especial con tu seres más queridos, sincerarte y poner en crisis valores que tenias por asentados en tu cerebro desde siempre...


Pero soy muy afortunado porque me han ayudado todos mis seres queridos y, por ello, les agradezco sus abrazos, sus besos y sus reconfortantes palabras.


Os quiero.

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