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miércoles, 12 de octubre de 2011

Las visiones de Orión





Hay que buscarla un poco. En las noches de invierno se localiza fácilmente. Está allí, dominando la cúpula celeste. Sin embargo, en verano debes esperar a que la noche esté adentrada, o empiece a amanecer para verla. Y es que unas veces nos visita a los del hemisferio norte que compartimos su custodia con los del hemisferio sur.

Hace unos días que, cada madrugada, busco la constelación de Orión por algunas porciones de cielo que alcanzo a ver mientras voy andando  a la estación del tren. Me parece algo mágico, ancestral, conectar visualmente con unos puntos luminosos que hace miles, incluso millones de años, ya observaba el hombre primitivo. Es como una breve conexión con algo auténtico, genuino, en este entorno tan urbano, tan artificial.


Orión (Salobreña, febrero 2010)

Encuentro algo natural que, el hombre de la antigüedad, en las largas y oscuras noches, se cuestionara todo tipo de preguntas bajo el manto estrellado. Encuentro natural que asociara ingenuamente grupos de estrellas formando conjuntos e imaginándose figuras diversas. Y encuentro natural, pues, que las diversas civilizaciones creasen historias mitológicas que, basadas en esas figuras del firmamento, intentaran aportar algunas respuestas alegóricas a las grandes preguntas de la humanidad.

Lo primero que destaca de Orión es el cinturón. Tres estrellas brillantes, azuladas, alineadas y “relativamente” próximas entre ellas. Se trata, de izquierda a derecha y atendiendo a los nombres que proceden de la astronomía árabe medieval, de Alnitak, Alnilam y Mintaka. Traducidos, dicen que significa respectivamente faja, collar de perlas y cinturón.

También destacan otras estrellas brillantes que nos sugieren relacionarlas con el cinturón. Dos de ellas son soles gigantes llamadas Betelgeuse y Rigel, que junto con otras dos de menor magnitud, Bellatrix y Saiph, dibujan un cuadrilátero imaginario que encierra en su interior el cinturón. Finalmente, otros puntos luminosos que nos van apareciendo en la medida que vamos acostumbrando nuestra vista a la oscuridad, nos acaban de sugerir la silueta de nuestra admirada constelación. Orión.

Sabido es que, por el entorno de Alnitak, existen nebulosas como la de la Llama o la de la Cabeza de Caballo. También se localizan, relativamente cercanas, las nebulosas de Orion o la de De Mairan. Todo un apasionante y enigmático trozo del universo que ha sido profundamente estudiado y del que se han obtenido imágenes espectaculares.




Y, tal vez, por la peculiar silueta de esta constelación, ha sido protagonista importante en la mitología de bastantes civilizaciones.

Existe bastante literatura acerca de Orión en la mitología griega, de este gran cazador se desdoblan versiones sobre su procedencia, su vida y su muerte. Todas ellas, seguramente, con importante carga alegórica. Me llama la atención una versión acerca del porqué está Orión en el cielo: Artemisa se había enamorado de Orión, el apuesto cazador, lo que provocó los celos de Apolo, hermano gemelo de Artemisa. Un día que Apolo vio a lo lejos, en el fondo del bosque a Orión, desafió a su hermana a que acertara a cazar lanzando una flecha a aquel animal que apenas se veía entre los árboles. Artemisa acertó y cuando supo que había matado a su amado fueron tales sus lamentaciones que los dioses decidieron ponerlo para siempre en el cielo para consolarla.


En la civilización egipcia también hay abundantes referencias a esta constelación puesto que la relacionan con Osiris, dios de los muertos. Osiris, hijo de los dioses Geb y Nut, se convirtió en faraón tomando como esposa a su hermana Isis. Pero los celos hicieron que el hermano Set matara a Osiris, lo descuartizara en catorce pedazos y los esparciera. Isis realiza una larga y penosa búsqueda de esos trozos de su amado y consigue encontrarlos todos excepto el falo. Entonces Isis recompuso a Osiris, lo embalsamó, le dio vida eterna, se impregnó de él y engendró a Horus, dios del Sol. Esta historia mitológica de gran trascendencia en la civilización egipcia, infiere a su vez una gran importancia a nuestra constelación. Así, hasta aparecen estudios que afirman alineaciones y estudiadas relaciones entre las pirámides y estas estrellas de la constelación de Orión.


En China, curiosamente, a esta constelación se le conocía como Tsan, que significaba cazador y guerrero. El cinturón lo identificaban con la mansión Shen, eterno adversario del Shang, cuya mansión estaba en Antares, de la constelación de Escorpio. Hecho también que se identifica con una versión de la muerte de Orión que, en lugar de ser la mortal flecha lanzada por su amada Artemisa, es Gea que se enfada con Orión y lo mata provocando la picadura del escorpión.

En la cultura maya y a partir del Mito de la Creación del Popol Vuh, se constata que tres estrellas del cinturón de Orión se corresponden con una tortuga de la que, por su concha agrietada, surgió el Dios del Maíz. Asimismo, también la tradición maya identifica otras tres estrellas de la constelación de Orión que dibujan el triángulo inferior (Alnilam, Riguel i Saiph) con “las tres piedras” que, en su interior, se genera la “creación”. Y es que sitúan el origen del Mito de la Creación en las nebulosas de De Marian y de Orion.

También, a modo de lenguaje secreto, se observa una profunda relación de Orión con la postura del Loco, en el primer arcano mayor del Tarot. Tal vez esta apreciación se reafirma con la presencia del perro a sus pies, que se correspondería con nuestra constelación del Can Mayor.


Finalmente, creo que es de destacar que las tres estrellas del cinturón de Orión se han querido identificar, en algunas teorías, con los Tres Reyes Magos. Curiosa identificación puesto que su dirección apunta hacia donde se encuentra Sirio, una estrella muy brillante de la constelación del Can Mayor que se identifica también con la diosa egipcia Isis. Diosa que se “traslada” conceptualmente a la virgen María y que, prolongada esa dirección en la cúpula celeste por las fechas navideñas coincide con el lugar del horizonte donde nace el Sol.

Tenemos grandes teorías, antiguos mitos y una enorme cantidad de datos científicos acerca de la constelación de Orión y sus cuerpos celestes. Sin embargo, tras miles, incluso millones de años, continuamos sin conocer apenas nada. Así es el Universo: maravillosamente infinito.




martes, 10 de mayo de 2011

La cintura de Casiopea

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Como un valioso legado de la presencia musulmana en la península, proliferaron en la edad media unos códices que trataban sobre las propiedades curativas y mágicas de las piedras. Eran los llamados lapidarios.

Los lapidarios relacionaban las propiedades mágicas de los diversos minerales con las constelaciones celestes. Creían que cada piedra recibía la influencia de una estrella y, además, sus poderes variaban en función del ciclo zodiacal.
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Los lapidarios más conocidos son los que mandó redactar el rey Alfonso X el Sabio y que se conservan en la Biblioteca de El Escorial. Aunque, con el paso de los siglos, fueron numerosos los tratados que estudiaron los poderes mágicos de las piedras.
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Ante el gran número de incunables y su diversidad de contenido -abierto a especulaciones-, y ante el avance de ciencias médicas basadas en las propiedades curativas de las plantas (y más adelante de los hongos), esta “ciencia” fue evolucionando hacia la actual identificación de determinados minerales con algunas propiedades “sanadoras”.
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En los lapidarios se repetían varias miniaturas de cada constelación, pero en cada iluminación se representaba un punto dorado en un lugar distinto indicando la estrella que gobernaba los poderes de cada piedra estudiada. En la imagen, se puede apreciar la representación de Casiopea, o “Mujer sentada en una Silla”, con un punto dorado en la cintura.

Al margen del “culebrón” mitológico de esta reina de Etiopía que comparó la belleza de su hija Andrómeda con las hijas de Nereo; Casiopea es una constelación de fácil identificación en el firmamento ya que, a simple vista y en cualquier época del año, se pueden apreciar 5 de sus estrellas de mayor luminosidad que forman una W, con su parte ahuecada hacia la estrella Polar.
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De entre estas estrellas, la de mayor brillo aparente corresponde a Schedar (alfa-Cassiopeiae), una estrella gigante naranja de magnitud 2,2. Otras dos estrellas adyacentes le siguen en luminosidad: Caph (beta-Cassiopeiae) una sub-gigante blanco-amarilla que se situa en el extremo derecho de la W, y Tsih (gamma-Cassiopeiae), una estrella eruptiva variable en intensidad en el centro de dicha W, y que corresponde, a su vez, a la cintura de nuestra reina Casiopea.

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miércoles, 23 de junio de 2010

Solsticio

Hoy, que el calendario solar llega a su momento cumbre, que el Sol ha alcanzado el punto más alto en el cielo proyectando al mediodía la sombra más pequeña de todo el año. Hoy, que ha coincidido este año con el primer día de sofocante calor anunciando la llegada de las canículas, he sentido la imparable necesidad de dedicar estas breves líneas al solsticio.



Desde periodos muy remotos que el hombre observó el ciclo anual del paso de las estaciones, sufrió los crueles inviernos y los tórridos veranos; evolucionó por los diversos calendarios –contando fases lunares y meses solares-; fijó las fechas de máxima, igual y mínima duración del día y la noche; midió los ángulos, los puntos y momentos de la salida y puesta del Sol; le construyó templos y le dedicó alineaciones sagradas; y le dio categoría de divinidad y de astro creador.

Y es que es evidente que el Sol es nuestra fuente de energía y de vida en la tierra. Nuestra sensible existencia pende de unos estrechos rangos de la radiación solar que nos llega a la superficie del planeta. Por ello, no es de extrañar el reconocimiento de la humanidad al astro rey, y la dedicación de celebraciones especiales en las fechas solsticiales.

Fiestas con hogueras como protagonista, intentando imitar la fuerza solar, que se han celebrado tradicionalmente desde épocas antiguas. Donde sus llamas contribuyen, también, a los efectos mágicos de purificación, de curación, o de encuentro de amores. Y es que dicen que, además, estas fechas son propicias para los rituales y para la magia. Será verdad?

viernes, 1 de enero de 2010

Calendas de enero


El tiempo es una invención del hombre para concatenar los hechos de su historia.

El hombre primitivo, de manera innata como otros muchos animales, vivía en sincronía con los ciclos temporales de un día. Sol y Luna, luz y oscuridad, actividad y descanso… dos opuestos que marcaron una dualidad en el interior de su subconsciente y que con el tiempo, posiblemente, de ese ciclo de día y noche afloraron principios de dualidad en muchos otros aspectos de la vida.


Seguramente, con el paso de las generaciones primitivas y la toma de consciencia acerca de su existencia, empezaron a observar y medir los ciclos lunares. Las lunaciones fueron, así, la forma incipiente de los actuales irregulares meses. Una forma práctica, para ese hombre primitivo, de contar conjuntos de días.


Pero había otro ciclo en la naturaleza que le provocaba la necesidad de comprender, muy probablemente, por un puro aspecto de supervivencia. El clima variaba desde épocas de intenso calor a otras de virulento frío. El Sol no calentaba siempre igual, ni se alzaba siempre en el cielo hasta tan arriba, las sombras variaban en ciclos de unas cuantas lunas, el día y la noche no duraban siempre igual… Observaron las estrellas de la noche y vieron que había algunas que aparecían en el horizonte en unas épocas y en otras estaciones se escondían bajo la tierra. Con ello intuyeron el ciclo anual y, con la evolución y el apoyo del conocimiento matemático, descubrieron cuatro hitos que daban forma al año: dos solsticios y dos equinoccios. Entre ellos, muchas civilizaciones definieron las cuatro estaciones.


Pero los tres ciclos descubiertos, el de la Tierra, la Luna y el Sol, no coincidían plenamente uno dentro de otro. Las lunaciones ocupaban de media 29,5 días, los años ocupaban 12 lunaciones y parte de una treceava… y el hombre, con su afán de organizar las cosas, como si fuera un enano verde poniendo las cosas a memorizar ordenadamente en los cajones de un bargueño, empezó a crear calendarios con meses lunares, más tarde empezó a organizarlo con meses no lunares, empezó también a inventarse un ciclo semanal dedicando cada día a uno de los planetas conocidos, empezó a decir que el día empieza a las doce de la noche y no cuando sale o se pone el Sol, y cada pueblo fue decretando la creación de sus calendarios: caldeos, griegos, romanos, egipcios, julianos, gregorianos, celtas, hindúes, hebreos, aztecas, mayas, musulmanes, chinos,… como para ponerse de acuerdo la Tierra, el Sol y la Luna y enviarnos a todos a… otra galaxia!


Para acabar de simplificar el tema, en la medida que las matemáticas y la astronomía evolucionaban, detectaron nuevas desviaciones sutiles de los ciclos. Entonces, unos ajustaban las cosas poniendo un treceavo mes de vez en cuando, otros añadían dos días a cada lunación para encajar mejor lo de 12 ciclos lunares en un ciclo solar, otros se saltaron un puñado de días allá por el siglo XVI para "encajar" la Pascua con el equinoccio de primavera, otros ponían un año bisiesto cada cuatro años, otros sacaron lo del año bisiesto en aquellos años que acabasen con dos ceros… ¡Vaya forma de distraer a las masas!



En efecto, el calendario es una invención del hombre que ha utilizado para concatenar los hechos de su historia. Así que el día de hoy no tiene otra cosa de especial más que ser el primer día del año según el calendario gregoriano que, casualmente, seguimos por estos lares para contar los días de nuestra historia. No obstante, consciente de la farsa que nos ha impuesto la sociedad, aprovecharemos el día festivo para celebrar que continuamos aquí dando vueltas sobre la Tierra y alrededor del Sol y desear a nuestros seres queridos la mejor de las felicidades en sus vidas durante el nuevo ciclo solar.


sábado, 19 de septiembre de 2009

El gigante guardián del oso

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Mi padre es un gigante de la familia de “los naranjas”. Al nacer, hace ya más de 36 años, fui expulsado sistemáticamente del hogar con la mayor velocidad que pueda existir en este mundo de ficción. Así, el Universo fue mi hogar. Atravesé vacíos, galaxias enteras, procurando no desviarme de mi cuerda rectitud. Hasta que, frente a mi, apareció el Globo Azul que, en breves minutos acabó con mi largo viaje emprendido.

Entré en el diminuto Globo Azul, me dirigí directamente a una persona que me estaba mirando oculto en la oscuridad de su noche y penetré en su mirada. Hasta el fondo de su pupila. El impacto fue tan fuerte que perecí. Pero no en vano: pude transmitir en ese instante de agonía mi energía, mi conocimiento, mi procedencia y mi historia.

Tal vez esa fue la misión y el porqué de mi vida. Una fugaz vida al “filo de la navaja” entre corpúsculo y energía. Un fotón cuya misión fue llevar un mensaje cifrado de su padre, Arturo, a un confín remoto de este infinito universo.

De este modo, los seres que habitan este Globo Azul, podrán saber que Arturo continua allí, activo. Podrán deducir su masa, su radio, su luminosidad, su temperatura, su velocidad… ¡Y hasta su edad!

Ahora sé que estos habitantes han clasificado a mi padre entre las estrellas más brillantes de su cielo nocturno. Y que, hace muchos años, sus antepasados unieron imaginariamente varias estrellas con Arturo para formar una constelación, a la que le pusieron el nombre de “El Boyero” y desarrollaron historias mitológicas en torno a su lugar en el cielo.

Desde aquí, en Globo Azul, estos habitantes localizan la estrella Arturo en su firmamento prolongando imaginariamente un par de veces más el “brazo” de una constelación que reconocen fácilmente y a la que le pusieron el nombre de “Osa Mayor”.

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Y allí, en lo alto, mi padre vigila la Osa Mayor haciendo honor al significado de su nombre. Pues aquí, en Globo Azul, entre los muchos nombres que recibe la estrella de donde procedo, está también el nombre de Arturo. Que significa el “guardián del oso”.

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domingo, 29 de marzo de 2009

La cabeza del encantador de serpientes

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Como insistiendo en alimentar la polémica entre astrólogos y astrónomos la constelación de Ofiuco aparece cada noche en el firmamento introduciendo un decimotercer horóscopo entre los signos de Escorpio y Sagitario.

Los nacidos en estas fechas pueden entrar en una crisis de identidad al no saber bien a cual de esos signos pertenecen. El tema no agrada a los defensores del número 12, más cuando se lleva ya milenios desde que se consiguió identificar al trece con la mala suerte, se dejó de lado la sociedad centrada en el año de 13 lunas para pasar a los 12 meses solares. Los astrólogos se resisten a modificar las espesas tablas de los libros de las efemérides y a dividir en 13 segmentos sus complicadas cartas astrales. No me extraña. ¡Que repita Rita el trabajo!


Pero Ofiuco está allí, en el cielo, apareciendo cada noche, y con la precesión de la Tierra jugando a su favor a lo largo de los últimos siglos.

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El nombre de Ofiuco proviene del griego “el que manipula las serpientes”, por ello se le asocia con el sanador Asclepio y con el emblema de las serpientes entrelazadas que identifica a la farmacia. Y es que al observar los grabados medievales de las cartas estelares, se aprecia como en la constelación de Ofiuco aparece heroicamente nuestro supuesto Asclepio cogiendo con las manos a la constelación de la Serpiente y pisando la cabeza de Escorpio.


Esto de pisar Asclepio a Escorpio no es porque así “cayeron” las estrellas en el firmamento. No. Tiene su lógica explicación en la mitología griega. Por supuesto. Cuando Orión se alardeó de ser capaz de matar a todas las bestias salvajes, la diosa tierra Gea le envió a Escorpión para castigarlo de su arrogancia y éste picó a Orión en el talón. Esto se refleja en las constelaciones visibles en la mediterránea a lo largo del año. Cuando Escorpio asciende por el horizonte oriental, Orión muere y se pone por el horizonte occidental.


Pero entonces Asclepio, nuestro héroe encantador de serpientes, usa sus dotes de sanador: cura a Orión y consigue que salga de nuevo por el Este, con sus fuerzas recobradas, y aplasta con el pie a Escorpión hundiéndolo en la tierra por el horizonte Oeste.



Esto es Ofiuco. Un heroico personaje sanador de la mitología griega, un signo zodiacal que no ha encontrado aún su lugar en las efemérides y… una constelación discreta, cercana a la eclíptica, donde de todas sus estrellas la más brillante es Ras Alhague, palabra árabe que significa “la cabeza del encantador de serpientes”.

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sábado, 23 de agosto de 2008

El Ojo del Toro



Seguramente sabréis que el Sol es unas 109 veces mayor que la Tierra, y supongo que como a me pasa a mi, es algo dificil de imaginar. Y cuando pienso que hay millones de soles más grandes, los limites se hacen más difusos todavía.

Os imagináis un astro que sea 4.800 veces mayor que nuestro planeta?

Y si pensamos que este astro se aleja de nosotros a unos 200.000 km/h? ¡Doscientos mil kilómetros por hora! Esto hace que, por efecto Doopler, veamos la luz que nos llega de un tono rojizo.

Para acabarlo de complicar, resulta que la luz que vemos hoy de este sol gigante, salió hacia nosotros hace unos 65 años. Imagino a qué distancia se encuentra ese punto brillante del firmamento... y flipo!

Pues bien, esta estrella a la que me refiero es Aldebaran (alfa Tauri). Es una estrella de primera magnitud de luminosidad y que ocupa el lugar del ojo en la constelación de Tauro, dentro del cúmulo de las Híades.
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El nombre de Aldebaran procede del árabe y significa “la que sigue”, por estar después de las Plèyades, cerca de la eclíptica. De hecho, es un método que sigo para confirmar que se trata de Aldebaran la estrella brillante y rojiza que observo cerca de Orión: miro si las Pléyades están también “ahí al lado”.

Aldebaran fue a lo largo de más de dos milenios una de las cuatro Estrellas Reales y señaló el equinoccio vernal hasta el 1.700 a.C., junto con Antares que marcaba el equinoccio de otoño, Regulus que señalaba el solsticio de verano y Amphora que, según algunos astrónomos, indicaba el solsticio de invierno.

Y es que Aldebaran es una estrella que, además de destacar en la cúpula celeste, contiene mucha carga simbólica. Comparte leyendas y tradiciones con las Híades, las Pléyades y con su constelación de Tauro. No en vano recibe Aldebaran el sobrenombre del “Ojo del Toro”.

domingo, 18 de mayo de 2008

Sirio

La estrella más brillante de la constelación del Can Mayor nos guarda misterios, sin embargo la tribu africana de los dogón parece que los conoce desde hace unos cinco mil años.

Sirio tiene una compañera oculta. Sorprendente. Sobretodo cuando los astrónomos no sospecharon de la existencia de la enana blanca Sirio B hasta el siglo pasado.

Según la tradición dogón, en épocas remotas, un ser, Nomo, procedente de Sirio, llegó a nuestro mundo y conectó con sus antepasados, aportándoles el conocimiento. Desde entonces saben que su periodo de revolución es de 50 años; que, aún siendo muy pequeña, es de las más pesadas del firmamento; que contiene el germen de todas las cosas, ...

El patrón del mito de un dios civilizador se reproduce también en este caso de los dogón. Puede ser heredado de tiempos predinásticos egipcios, por cuanto Sirio también se asocia a Isis, y a Osiris; al señor del Sol, y también del sol negro, del Sol detrás del Sol... o del Sol que alumbra la morada de los muertos.



Curiosa relación que nos aparece de nuevo, ya que Sirio también es conocida como la estrella-perro, y el perro, en algunas tradiciones, aparece como el guardián del submundo, como Anubis.

Aún nos dejamos, tal vez para otra ocasión, más relaciones sorprendentes de Sirio. Pero no quería finalizar sin mencionar que cuando, por la noche contemplo el firmamento estrellado, pienso en el libro infinito que hay escrito ante nuestros ojos y que, por nuestra limitación, no somos capaces de leer más que algunas líneas.