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domingo, 3 de mayo de 2015

Gran descubrimiento románico


"Levantado el muro contra la voluntad de los inmortales dioses, no debía subsistir largo tiempo" Homero (VIII AC)



En ocasiones, mientras los quehaceres diarios ocupan nuestro tiempo de forma inexorable, la mente se evade hacia esos momentos anteriormente vividos y que van llenando tu vida de auténtico valor. 

En ocasiones, esos pensamientos se desplazan hacia ese grupo de amigos que se originó en torno al románico en medio de circunstancias extrañas, cuando, víctimas de egocentrismos y memeces ajenas, acabamos desarrollando lazos de afecto al erigirnos defensores de valores como los de lealtad y el respeto por la amistad. 

En ocasiones, las estrellas se alinean y los destinos se van entretejiendo sin que apenas podamos intuirlo. Y en ocasiones, todo lo anterior se reúne en un mismo instante:



* Rivi Jones, en el templo perdido

Rubén Oliver Jové, nuestro Rivi, había decidido levantarse antes que el sol y enfrascarse en una de sus rutas imposibles. Subyugado por una perseverancia instintiva, ignoraba que ese día, el viejo ancestro, estaba esperando.

Tras horas de trayectoria y rastreo encontró aquella edificación que buscaba, muy maltrecha tras un abandono de muchos años, la puerta rota y atrancada por los escombros, el techo caído y gran parte del encalado despegado dejando al aire trozos de la pared originaria. Y en el interior, arruinado, un muro divisor del tambor absidial mostraba un agujero reventado en el que no dudó introducirse.



Y así fue, como poco después y mientras el resto seguíamos enfrascados en nuestras tareas diarias que, al oír el tono del whatsapp, nuestras mentes se agruparon, de nuevo, en torno a un mensaje:  

 -"Alerta Románica", expresaba la frase enviada. Y luego, unas fotos con la pregunta: 

"Es lo que yo creo?"





Un relámpago fugaz invadió nuestra conciencia. No dábamos crédito a nuestros ojos. Improntas de pinturas que se antojaban románicas, estaban en la pantalla de nuestro móvil, acabadas de fotografiar por Rubén en el interior de ese agujero. 

En ocasiones, te parece inconcebible lo que ves, tanto, que incluso dudas a pesar de las pruebas incuestionables que te presentan. Y en ocasiones, no queda más remedio que ir a constatar si ese sueño tan increíble es real. 


Un par de días después, madrugando esta vez antes que el Rivi, nos presentamos en su casa dispuestos a acompañarlo.

Las seis de la mañana no es mala hora para, entre abrazos y chistes malos, comenzar una dura ascensión si el momento y los amigos lo requieren. 

Tras una noche tormentosa, todo eran brumas, frío y lodazales, pero nada truncó el conseguir llegar a nuestra meta.



La iglesia es de una sola nave con cubierta a doble agua, en avanzado estado de derrumbe y altar al este. Sin elementos ornamentales aparentes, tiene una sola puerta sobre la fachada oeste, donde se añaden otras dos pequeñas ventanas y un rudimentario óculo.

La elevación del muro, construido en época posterior a la románica, es lo que trunca el ábside y ha impedido, hasta el momento, poder acceder a esas pinturas.


Tan solo introducirnos en el agujero de la hornacina, pudimos ver de inmediato la ventana cegada y el intenso cromatismo a su alrededor.





El hallazgo:



En el interior de ese pequeño espacio, se encuentra oculto y secreto el primitivo ábside. Sus paredes están repletas de improntas y restos de color pigmentado, ocres, tierras, azul, negro y rojo:

Una mandorla, de forma redonda y decorada, dentro de la cual podemos llegar a percibir la parte inferior de las vestiduras del Maiestas con un pie sobre el escabel. Es visible, asimismo, una parte del tetramorfos, los lomos traseros del león y del toro, símbolos de los evangelistas San Marcos y San Lucas.

También siluetas de peces; anchos ribetes de puntos rojos, siluetas de figuras nimbadas, entre las que destaca la imagen de la Virgen orante, que permanecen de pie bajo arcadas que se insinúan palmeadas y que a buen seguro estaban perfectamente decoradas en su estado inicial.





En la zona inferior, una cenefa de doble entrelazo con grueso cordón horizontal y un faldón blanco que, cubierto en estos momentos por pedruscos, tierra y excrementos de animales campestres, sin duda, debe llegar hasta la base del suelo.

Y, como era de esperar, arriba, sobre la cubierta que actualmente ya esta desplomada, la parte celeste de esta escena iconográfica tiene su continuación: cenefas, ondas, pájaros y tallos vegetales se adivinan perfectamente bajo la cañiza y la suciedad.



 *Extasiados

Como si lo estuviéramos contemplando en sus primeros tiempos, quisimos visualizar la escena en nuestra mente: 

El Maiestas Domini sedente, en su almendra mística, bendiciendo con su diestra y sujetando el libro de la Vida en la otra, rodeado del tetramorfos y quizá, de algún otro ser angélico. Bajo sus pies, la parte acuosa de la creación, los peces poblando los mares y, encima, los cielos con sus aves y la vegetación que se asienta en la tierra, mostrándose como regente y presidiendo toda la manifestación creada.

Esquema del ábside en 3D
Y bajo esa escena, en el registro central del ábside, indicando la relevante importancia de ambos componentes, se encuentran bajo un doble arco la única ventana del templo, ataviada con triángulos pigmentados con la paloma mística en su culmen y, la representación muy insólita de una Virgen Orante, imagen intercesora de clara influencia paleocristiana.

Todo ello acompañado por ambos lados de un pequeño séquito de apóstoles o santos nimbados, bajo unos arcos palmeados revestidos de ornamentación y de color. Un color precioso y vivo, del que ahora sólo queda su compungida huella.



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Nuestra atención se dirigió también hacia la prolongación de los laterales del ábside, blanqueados no sabemos cuantos años atrás. 

No se observa nada, excepto que en la parte superior del muro izquierdo, ya hace tiempo se había formado un gran embolsamiento de humedad y que, actualmente, ha llegado incluso a cuartear el encalado.

Quizá la lluvia que había caído con fuerza esa misma noche ayudó a que, con solo presionar el yeso, éste cediera, y ante nuestros ojos atónitos continuaron apareciendo más grabados y siluetas fragmentadas de intenso color rojo.



La silueta de un apóstol con una llave, San Pedro, como no. A su lado, otro que parece llevar báculo o bastón de peregrino, Santiago, quizá?, encima de ellos, un querubin y, más arriba, el tetramorfos de San Juan, el águila, a la que nos contuvimos de descubrir del todo ya que era el momento de hacer una reflexión.

Con casi total seguridad, la mandorla con su Cristo en Majestad siguen enteros bajo el encalado, junto a gran parte de las pinturas correspondientes que, aunque muy degradadas, pueden resultar de importantísimo valor cultural.

Tanto el trazo floral que embellece la mandorla, como las ondas caracoladas del registro superior, tienen ciertas semejanzas con ornamentaciones de pinturas románicas de los s.XI-XII de las zonas de los Pallars y de Andorra.

Asimismo, la presencia de una Orante junto a la ventana en esa zona principal del abside, solo tiene un precedente que sepamos, en las pinturas murales de Sant Cristofol de Toses en el Ripollés. Pensamos que, quizá el diseño de nuestro ábside hallado, procediera de una primerísima influencia italiana en la pintura románica catalana.

Tras el descubrimiento hace más de dos décadas de las pinturas de la iglesia de San Vicenç d'Estamariu, a buen seguro éste es el hallazgo pictórico del románico catalán más importante de los últimos años.

Planimetria de la nave

Cabestany, de Salud y Románico  

tomando notas de la planta
Es el momento de comunicar esos hallazgos que sobrepasan nuestros medios, fomentar su protección y promover la declaración de este pequeño santuario como Bien de Interés Cultural.

En ocasiones, las estrellas se alinean y los destinos se van entretejiendo sin que apenas podamos intuirlo. Y en ocasiones, todo lo anterior se reúne en un mismo instante:

Este fue nuestro gran instante!!


martes, 10 de mayo de 2011

La cintura de Casiopea

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Como un valioso legado de la presencia musulmana en la península, proliferaron en la edad media unos códices que trataban sobre las propiedades curativas y mágicas de las piedras. Eran los llamados lapidarios.

Los lapidarios relacionaban las propiedades mágicas de los diversos minerales con las constelaciones celestes. Creían que cada piedra recibía la influencia de una estrella y, además, sus poderes variaban en función del ciclo zodiacal.
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Los lapidarios más conocidos son los que mandó redactar el rey Alfonso X el Sabio y que se conservan en la Biblioteca de El Escorial. Aunque, con el paso de los siglos, fueron numerosos los tratados que estudiaron los poderes mágicos de las piedras.
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Ante el gran número de incunables y su diversidad de contenido -abierto a especulaciones-, y ante el avance de ciencias médicas basadas en las propiedades curativas de las plantas (y más adelante de los hongos), esta “ciencia” fue evolucionando hacia la actual identificación de determinados minerales con algunas propiedades “sanadoras”.
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En los lapidarios se repetían varias miniaturas de cada constelación, pero en cada iluminación se representaba un punto dorado en un lugar distinto indicando la estrella que gobernaba los poderes de cada piedra estudiada. En la imagen, se puede apreciar la representación de Casiopea, o “Mujer sentada en una Silla”, con un punto dorado en la cintura.

Al margen del “culebrón” mitológico de esta reina de Etiopía que comparó la belleza de su hija Andrómeda con las hijas de Nereo; Casiopea es una constelación de fácil identificación en el firmamento ya que, a simple vista y en cualquier época del año, se pueden apreciar 5 de sus estrellas de mayor luminosidad que forman una W, con su parte ahuecada hacia la estrella Polar.
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De entre estas estrellas, la de mayor brillo aparente corresponde a Schedar (alfa-Cassiopeiae), una estrella gigante naranja de magnitud 2,2. Otras dos estrellas adyacentes le siguen en luminosidad: Caph (beta-Cassiopeiae) una sub-gigante blanco-amarilla que se situa en el extremo derecho de la W, y Tsih (gamma-Cassiopeiae), una estrella eruptiva variable en intensidad en el centro de dicha W, y que corresponde, a su vez, a la cintura de nuestra reina Casiopea.

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domingo, 5 de septiembre de 2010

El forjado de un "tetramorfos" secreto

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Los tetramorfos ocupan lugares destacados en los templos románicos como pueden ser los ábsides, tímpanos o capiteles. Sin embargo, hay otros discretos objetos en el románico que también contienen, secretamente, la esencia de los cuatro elementos del tetramorfos - tierra, aire, fuego y agua - : los herrajes forjados.





Tierra
El hombre, a fuerza de golpes de pico, extraía la piedra rojiza de las minas que penetraban lentamente hacia las entrañas de la tierra siguiendo sus oxidadas venas. El mineral, de alto contenido en óxidos de hierro y que, en forma de rocas y bloques, atesora la sangre de la tierra, era transportado hasta un lugar cercano a la boca de la mina.

De nuevo, a fuerza de golpes de pico, el minero molía el mineral y amontonaba los preciados fragmentos junto al horno.


Aire
El hombre, a fuerza de golpes de hacha silbando al viento, talaba los árboles del entorno de la mina. El ruedo del claro en el bosque iba creciendo, con el paso del tiempo, alrededor del yacimiento. La madera, esa fuente de energía viva que, a base de respirar por sus hojas y recibir la fuerza del Sol, crece lentamente hacia el cielo, guarda en su esencia el aire, el soplo de Abraham, como una singular manifestación de la Vida en la Naturaleza.

De nuevo, a fuerza de golpes de hacha, el leñador troceaba troncos y ramas convirtiéndolos en inertes leños y amontonaba los preciados fragmentos dejándolos secar pacientemente.


Fuego
El carbonero apilaba los leños secos en sabia disposición, los cubría con ramas tiernas y tierra para evitar que el aire penetrara hacia el interior de la pila y prendía fuego en el corazón de la carbonera. Lentamente, la acción de un ahogado fuego iba avanzando por el montón convirtiendo los leños en un preciado carbón vegetal.

El fundidor, que en la época del románico usaba aún rudimentarios hornos de tiro forzado manual normalmente construidos junto a la mina, calentaba el mineral a base de carbón, aire, fuego y paciencia hasta conseguir derretir el hierro contenido en la piedra. Llegado el momento oportuno, sacaba del horno una masa porosa de basto hierro.

Agua
El hombre, que en la época del románico ya usaba las ferrerías construidas junto a un río, aprovechaba la fuerza hidráulica para hacer que un enorme martillo golpeara continuamente contra el yunque. Así de nuevo, a fuerza de golpes de mazo hidráulico o manual, el ferrero compactaba la masa porosa de hierro, expulsaba las escorias e impurezas que contenía y daba, lentamente, la primera forma purificada a esa dúctil masa, normalmente, modelando una tosca vara de hierro.

El ferrero usaría también, seguramente, la fuerza del agua para hacer que dos enormes fuelles se abrieran y cerraran alternativamente para conseguir avivar, en corriente continua de aire, el fuego de la fragua junto al yunque y así poder calentar a conveniencia la masa de hierro en estas primeras operaciones de herrería.


Tetramorfos
Y es así como el forjador, cual maestro herrero y artista en el trabajo con el hierro, utilizaba como materia prima esas varas de hierro dúctil suministradas por las ferrerías.

Lentamente, ablandando y trabajando el material, a golpes de martillo contra el yunque. Pausadamente, ensamblando piezas con encajes y abrazaderas meticulosamente elaboradas con el mismo metal. Tranquilamente, calentándolo en la fragua hasta coger el color del Sol del amanecer. Bruscamente, templándolo a conveniencia sumergiéndolo repentinamente bajo el agua.

Así, gradualmente, el forjador forjaba su forja a fuerza de golpes certeros, conjugando en su oficio las dosis oportunas de tierra, aire, fuego y agua. Así, poco a poco, iba convirtiendo el maleable y basto hierro en rejas ornamentales, herrajes para embellecer y reforzar las puertas, o pernos y tiradores con motivos decorativos.





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Se conoce poco de los maestros de la forja de la época del románico, aunque sí se tienen numerosas muestras de su obra que, por lo general y a primera vista, a parte del atractivo estético, cumplen una función más utilitaria que simbólica. Podríamos citar dos destacados ejemplos representativos visitados recientemente:

Las rejas de la colegiata de Sant Vicenç de Cardona, fechadas por el siglo XIII, formadas por barrotes de sección cuadrada unidos por unas espirales dobles que se encuentran cogidas a los barrotes por abrazaderas.







Los herrajes de la puerta de Sant Feliu de Beuda que, a pesar de que la madera haya sido reemplazada en posteriores restauraciones, se conservan los herrajes románicos. Cabe destacar las habituales formas espirales que se utilizaban en este tipo de elementos, así como el trabajado perno que simula a un animal fantástico como guardián de la cerradura del templo.





Tal vez, en la visita a un templo románico, se es poco consciente del sutil simbolismo oculto bajo el modesto conjunto de trabajados hierros. Sin embargo, el proceso de transformación que se requiere para convertir la impura materia primera en una bella pieza forjada, probablemente, guarda una curiosa analogía con nuestro proceso de evolución interior.

La forja. He aquí la esencia de los cuatro elementos del tetramorfos guardados secretamente tras la belleza artística de una pieza forjada.
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sábado, 3 de octubre de 2009

La cuestión azul



Hasta hace un par de siglos, los pintores tenían que hacerse ellos mismos las pinturas a base de pigmento y aglutinante. Bueno, puede que algún pintor de elite tuviera un pupilo que le machacara la piedra… aunque eso seria otra historia, que pintaría distinta.

El pigmento se obtenía, normalmente, de minerales, vegetales y materiales de la propia naturaleza. Digamos que, para hacer pigmento ocre, el barro era buena materia prima; para hacer pigmento negro, calcinar huesos o colmillos y luego trincharlos hasta hacer un polvo fino –el pigmento- sería una práctica que se remontaría hasta el hombre primitivo.


Ese pigmento, disuelto en un elemento aglutinante (aceite, cera, resina, yema de huevo, cal,…) permitía que, al “secar” éste, se quedara el color endurecido sobre la base de la representación pictórica, proporcionando dureza y durabilidad a la pintura.


En el mundo de los pintores, habían pigmentos fáciles de obtener y, por lo tanto, económicos y ampliamente utilizados. Sin embrago, hay una espinita, un problemilla técnico, con una pequeña cuestión económica añadida, que tuvo a los pintores en constante búsqueda de solución hasta que, con la llegada de la química industrial y la fabricación de pigmentos sintéticos, se fue encontrando una solución “artificial” al tema. Me refiero al azul.



El azul es un color habitual en la naturaleza. Azul en el cielo, azul en el mar… ¡Pero de ahí no se puede extraer pigmento azul! Así que los pintores buscaron, durante siglos y siglos, cómo conseguir este anhelado color para incorporarlo en sus creaciones artísticas.


Parece ser que los primeros en descubrir cómo hacerlo fueron los egipcios, con el “azul fritta” que era un esmalte (silicato de cobre y calcio) usado en cerámica que al cocer se convertía en azul, luego se machacaba y su polvo era usado en la pintura. Aunque esa técnica se utilizó también en la antigua Grecia y Roma, fue desapareciendo con los años –cuentan que por allá el siglo VII- y también, creo, con la aparición de otros azules más “preciados”.


Y entre los que tomaron el testigo de la moda azul, por sus tonos azulados de elevada belleza, estaba el pigmento procedente del mineral lapislázuli. Las minas estaban en la zona del actual Afganistán y además, como es una piedra semipreciosa, era caro de obtener. Así que, de la misma manera que el color púrpura fue durante muchos siglos un color de alto coste y su tinte era reservado para las capas de los emperadores romanos, el pigmento azul lapislázuli también tomó su fama, su prestigio. Su precio llegó a superar a la del oro y los pintores, si ponían azul lapislázuli en un cuadro de encargo, era previo pacto de cuánto azul y cuanto oro se iba a poner.


Con ese caché que había cogido el color azul, los reyes vestían capas azules y hasta había quien pensaba que su sangre era azul… aunque eso sería también otra historia que es mejor no contarla ahora. El azul empezó a coger durante la edad media el sinónimo de distinción o de realeza, y el pueblo, la plebe, no tenía un acceso fácil a ese color.


La azurita, aunque un poco más verdosa, se usó a menudo también en la edad media como sucedáneo del lapislázuli desde que se descubrieron unas minas en Centroeuropa, pero con poco éxito debido a que este color es menos estable y, con el tiempo, tiende a ennegrecer. Los pintores aprendieron métodos para diferenciar el pigmento de azurita del de lapislázuli, pues en formato de pigmento podía confundirse fácilmente y algunos comerciantes pretendían dar “gato por liebre”.



Y en medio de esa escasa y cara accesibilidad al color azul, aparece en el románico catalán unos exponentes de la pintura mural pintados con sorprendentes colores azules. En especial destaca el Pantocrátor de Sant Climent de Taüll y la Virgen de Santa Maria de Taüll, unas pinturas al fresco que ocupan el ábside central de los templos y que, con su majestuosidad de imponente tono azul, le infiere realeza a la representación de esas imágenes divinas.

Hasta hace poco, la idea del alto coste del pigmento azul de la edad media hacía difícil de pensar el verdadero motivo que promovió al Maestro de Taüll a usar el color azul de una manera predominante en esas imágenes. Además, los maestros que pintaban al fresco conocían que el uso del azul de lapislázuli, aparte de caro, podría decolorarse y degradarse rápidamente con el tiempo al interaccionar con un ácido mineral, con lo que se evitaba el uso del lapislázuli en esta técnica pictórica.

El descubrimiento de antiguos yacimientos de aerinita en el entorno pirenaico ha ayudado a resolver el enigma y a determinar que, a pesar que los tonos de azul son variados en función de las vetas de extracción, el Maestro de Taüll utilizó el azul de aerinita que, excepcionalmente, había en el entorno próximo.


No fue hasta el descubrimiento de América que se observó que los indígenas sintetizaban el azul índigo –también llamado añil- a partir de unas plantas. La explotación colonial produjo gran comercialización de este tinte que, convertido en pigmento, aportó el azul de uso común a la población europea, saciando la inaccesibilidad de otros pigmentos azules, hasta cerca del siglo XIX.


Y a partir de aquí, con la aparición de la industria química, los pigmentos empiezan a sintetizarse. En especial el azul ultramar sintético fue de la misma calidad que el del lapislázuli, y más tarde aparecen los azules de cobalto con tonos desde claros a oscuros (óxidos de cobalto con impurezas de aluminio, zinc o cromo), el azul celúreo y el azul Prusia entre otros pigmentos azules sintetizados artificialmente.



El azul ha sido, desde que la Tierra tiene atmósfera, un color que ha bañado cielo y mar con la natural cotidianidad. Sin embargo, durante muchos siglos, ha sido técnicamente difícil –y caro- reproducirlo en las creaciones pictóricas.




martes, 18 de agosto de 2009

Almendres: Iglesia de San Millán Abad

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Casi saliéndose de la Merindad de Cuesta-Urria , como olvidada en un rincón, al final de una estrecha carretera tortuosa y amparada por las faldas de la sierra de la Tesla, resiste en pie, temblorosamente frágil, la iglesia de San Millán de Almendres.


La mampostería rudimentaria de los muros se apoya en la sillería de las esquinas, de la portalada y de la pseudo-espadaña que soporta la torre. Un “mírame y no me toques” que aguanta los muros debilitados por el paso del tiempo mientras reclaman en silencio pasivo la llegada de una ayuda para su reparación. Por si la voz hacía caer abajo el campanario, tal vez por instinto, o tal vez por acatar parte de las normas dictadas en 1861 por el arzobispo de Burgos y que figuran impresas todavía en el interior de la iglesia, creo que mantuvimos conversaciones susurradas durante la visita.



La portalada de esta Iglesia de San Millán Abad es espectacular. Posiblemente, del mismo taller que la portalada de Bercedo: vicios monstruosos, serpientes, grifos rampantes, arpías, animales híbridos… de todo un poco. Y un encadenado, también como en Bercedo al pie que una arquivolta, y un San Pedro y un San Pablo centrando la escena en el arco de la portalada. Una maravilla del románico burgalés.



De San Millán de Almendres también cabe destacar los bajo relieves que hay entre los modillones que forman la cornisa de la portalada. Entre ellos, una representación de Adan y Eva conscientes ya del bien y del mal.



La iglesia posee algunos canecillos de buen talle que sostienen la actual cubierta de la única nave. Por el tipo y grosor del muro, se podría pensar que inicialmente el techo se construyó en madera y, en una remodelación posterior, se hizo en obra y teja a dos aguas sin engrosar paredes. Ahora, los años y la fuerza de la naturaleza trabajan ganando terreno al mantenimiento del templo.



¿La restauración? Pues parece que, por lo que contaron los vecinos del lugar, es un problema del estilo de “uno por otro, la casa sin barrer”. Pues el clero alega que hay pocos feligreses para que sea rentable repararlo y otros organismos enfocan sus ayudas hacia otras poblaciones de las merindades. Aunque sea para poner una valla absurda en medio de la montaña, para “no perder la subvención”.


Aunque parezca increíble, hay un par de números pintados en medio del arco de ingreso, como si al cartero le hiciera falta el detalle para entregar las cartas.


En suma, un templo digno de estar denunciado en Picota y Cepo. Pero los cortos días de estancia en las Merindades dejaron para otra ocasión la visita del lugar junto con Alkaest y compañía.

Por lo pronto, y antes que alguien haga sonar la campana y el templo se derrumbe… tomo la palabra, con la venia de Alkaest:


A quien corresponda, y mientras busca los medios para restaurar esta joya del románico burgalés, vaya a picota y cepo las noches de luna llena, vestido con un cucullus, donde se expondrá a ser atacado por cualquier monstruo del bestiario de la portalada. Durante los días, quédese encadenado junto al templo mientras trabaja en su restauración a base de picar piedra, reforzar con argamasa la mampostería y aligerar el peso de la cubierta.


Salud, románico y fraternidad.

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lunes, 2 de febrero de 2009

Campanas al vuelo

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Después del ritual de consagración de un templo, la fiesta de colocación de la campana debió ser otro acto culminante de la construcción de una iglesia en la época medieval.

Por razones de transporte, el maestro fundidor confeccionaba la campana a pie de ermita.

Horno pedestre alimentado por buena leña durante horas fundía los enseres de metal donados por el pueblo (cobre, estaño, o lo que podían aportar).
Molde confeccionado bajo el suelo a base de barro, paja, arena, excrementos, sangre animal ... mezclando así oficio, experiencia, arte y ritual.

Luego, llegado el momento oportuno, el maestro campanero permitía que la gravedad llevara el metal líquido hacia el molde en un breve minuto de espectacular colada. Una vez enfriada, debió ser motivo de reunión y fiesta de todos los fieles del entorno las operaciones de desmoldar, enyugar y colgar la nueva campana en lo alto de la torre o en su espadaña.

Quisiera imaginar la emoción del pueblo al oír el primer golpe de badajo haciéndola sonar. A partir de entonces, el pueblo disfrutaba ya de un reloj que ordenaría mejor la distribución de su tiempo, unificando el desarrollo de las actividades y propiciando así la cohesión social entre los habitantes del entorno.
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Pero además, las diversas formas de hacer sonar la campana ofrecieron pronto las funciones de ser los altavoces de los sucesos. Es decir, de alguna manera, fueron los primeros “radio-despertadores”.

A pesar que las campanas que se fundieron inicialmente para los templos románicos fueron refundidas en las guerras, saqueadas en asaltos o rotas por los golpes incesantes del doblado; las actuales campanas mantienen su bronce impregnado de esa sangre, de esa esencia, ... y en definitiva, de espíritu.
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domingo, 26 de octubre de 2008

Ya es hora de cambiar el cambio de hora?

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Esto del cambio de hora me da que pensar.

Parece lógico que las civilizaciones antiguas ajustasen su horario de actividad a las horas de luz solar de una manera natural. Como las gallinas. Hasta he leído que en Roma se dividía en doce “horas” iguales el tiempo entre el amanecer y el crepúsculo, de modo que habían horas cortas en invierno y largas horas de calor en las canículas. Curioso, pero con cierto sentido común.


Tras la llegada de los primeros relojes mecánicos, alrededor del siglo XV, se empezó a regular el tiempo por horas de igual duración. Los campanarios proclamaban el paso del tiempo al pueblo entero, arrebatando el liderazgo que hasta entonces tenía el astro rey. Entonces, los toques de campana marcaban el ritmo de la vida, cada vez un poco más ajenos al ciclo solar. Y el uso de velas suplía la vida despierta en horas nocturnas, aunque, en determinadas épocas de verano, ocurría que ya era de día alguna hora en la que todavía gran parte de la población dormía.

Así fue como, por fechas próximas a la revolución francesa, el sentido común hizo que Benjamín Franklin escribiera una carta al Le Journal de Paris proponiendo adelantar una hora los relojes durante el verano, para ahorrar en velas. Bueno, hasta aquí de acuerdo. Además, junto con otros seguidores de la idea, se sumaron otras ventajas de menor índole económica, más bien de orden deportivo y social. No obstante, esta propuesta no se aplicó.


Y la idea se retomó de manera generalizada en países desarrollados a partir del 1974, y hasta la actualidad estamos moviendo todos los relojes –mecánicos y biológicos- dos veces por año. Pero ahora continúan diciendo que la medida se aplica por el tema del ahorro energético y, francamente, me cuesta entenderlo. Más cuando aprecio mayor peso en el plato de la balanza donde se pone los efectos en las alteraciones del sueño, las dificultades de gestión y adaptación al cambio horario, el acordarte y modificar relojes…

Ahora, el consumo energético global es bastante igual en la primera hora antes del amanecer que en la primera hora después del anochecer como para, creo, mantenerse en esta opción. No hay velas que ahorrar. Las calles tienen las mismas horas de iluminación porque funcionan con relojes astrológicos basados en el ciclo solar, los grandes consumos energéticos del hogar (nevera, lavadora, cocina, etc.) son independientes de este cambio de hora,… ¿Dónde puede estar el ahorro, pues?

Pues tal vez la idea del cambio horario se focalizó en los años setenta, en plena crisis del petróleo, en que gran parte de la población, durante las primeras horas de la mañana se encontraba ya activa en el lugar de trabajo o en la escuela. Si en esos puntos ya era de día se ahorraba allí energía, aunque era a costa de que por la tarde oscureciera antes. Pero por la tarde gran parte de la población ya estaba en su casa, por lo que el consumo energético era entonces a cargo del particular. ¡Bingo! El ahorro energético era cierto, tal vez, pero era ahorro para unos y trasladando gasto al ámbito particular. El sentido común pasó a tener sentido perverso...

Actualmente lo del ahorro energético en las empresas y escuelas se aplica bajo otros vectores. Bombillas de bajo consumo, aislamientos térmicos, energía solar... pero poco hay de luces apagadas en horas diurnas. No cumplirían con los parámetros de iluminación marcados por la legislación hecha a favor de la prevención de riesgos laborales.

Encuentro con todo ello, que esto del cambio horario merece un replanteamiento. Una revisión del porqué, de sus ventajas e inconvenientes, y de si procede todavía a los gobiernos mantener distraído al vulgo con esta pantomima.

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lunes, 15 de septiembre de 2008

Hacer la colada

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Desde que la ropa blanca pasó a ser sinónimo de limpieza y de distinción, allá por el siglo XVI, y hasta principios del siglo XX, había una técnica tradicional de desinfectar i blanquear la ropa muy curiosa: ¡A base de cenizas!

La ropa se lavaba en el río o en los lavaderos públicos que había en algunas poblaciones. Allí se pasaba jabón, se frotaba y se picaba la ropa para, finalmente, aclararla. Pero una vez realizado este lavado, se podía hacer un proceso adicional que sería el equivalente a la operación actual de utilizar lejía.

Al lado de las chimeneas de los hogares, había un banco de piedra donde se guardaban las cenizas apagadas. Si eran de madera de roble, mejor. La ropa blanca, aún húmeda de su primer lavado, se introducía en un recipiente encima del banco de piedra, se tapaba con un lienzo tupido, idóneamente de lino, se ponían las cenizas encima y se tiraba agua caliente. El agua caliente disolvía los carbonatos de sodio y de potasio que contenían las cenizas, se colaba por el lienzo (de aquí su nombre de hacer la colada) y remojaba la ropa a desinfectar. Por la parte inferior del recipiente salía un tubo que devolvía esta solución alcalinizada a una olla que estaba sobre el fuego, donde se calentaba – cuanto más mejor- el agua que iba convirtiéndose lentamente en lejía a base de recircular a través de las cenizas.

Se podía añadir a las cenizas cáscaras de huevo picadas ya que estas hacían un efecto de suavizante en la ropa. También se le podía añadir alguna hoja de laurel bendecido, que se creía que protegía la ropa y le daba una vida más larga...



Después de esta operación, se le hacía una repasada con jabón, un aclarado y se dejaba secar tendida al sol. Seguro que con tantas operaciones, era un gustazo meterse entre sábanas blancas recién lavadas de esta manera tan especial.

En el ámbito agrícola, se tenía la costumbre de hacer la primera colada del año el día 2 de enero, usando las cenizas de la noche de Navidad. Además, en esta colada también se limpiaban los útiles de cocina y aquellos objetos que se lavaban una vez al año. Por otra parte, también era costumbre hacer una colada al día siguiente de hacer la tradicional matanza del cerdo, por las razones obvias que todo el mundo entenderá.

Hoy en día, en los “autodenominados países desarrollados”, los jabones hechos con los aceites usados y sosa cáustica se han sustituido por detergentes industriales, también se ha industrializado la producción de lejía, a base de hipoclorito y las máquinas lavadoras se han extendido por todos los hogares.

Las tecnologías vanguardistas van por el camino de hacer máquinas lavadoras a base de ultrasonidos que no utilizarían agua ni jabón. Aunque los intereses económicos predominan sobre los ecológicos, y esto hace que se continúe lavando la ropa con agua de boca, y usando detergentes industriales o suavizantes que incrementan los beneficios de las grandes empresas del sector a base de contaminar las aguas que posteriormente hay que depurar...

Y además, bombardeando nuestra escala de valores con el lema “no olvides de cambiarte de ropa cada día”.

viernes, 4 de julio de 2008

Románico para todos los gustos



Hay una gran variedad de seguidores del románico. Desde aficionados, pasando por amigos y hasta acabar por interesados, podríamos enumerar someramente por qué motivos personales se pueden sentir atraídos por éste arte.

Unos observan sin mayor intención que la de recrear el sentido de la vista. Otros se interesan por el nivel descriptivo que les pone en el catálogo turístico. Unos pocos recavan en el contexto de ése románico: historia, datación, enclave, autoría, evolución... Otros disfrutan descubriendo en algunos capiteles, arquivoltas, tímpanos, canecillos o pinturas murales escenas de pasajes bíblicos, de virtudes, de vicios, de oficios o de animales entre otras típicas figuraciones. Muchos recogen en su cámara las mejores imágenes de su visita para su posterior recuerdo, o estudio. Algunos llegan a encontrar similitud de hechura con algún otro capitel de un templo cercano, o lejano, identificando maestros, talleres y hasta los posibles itinerarios que siguieron. Habrá un grupo que destacará por descifrar la simbología oculta en alguna representación, obteniendo un mensaje más allá de lo evidente. Habrá quien aprenderá nuevas cosas a partir de esas investigaciones y reflexiones, aumentando conocimientos y alimentando así su cultura y su espíritu. También habrá un círculo reducido al que se le ocurrirá disparatas conjeturas relacionadas, muchas de ellas, bajo el mismo patrón monotemático. Hasta habrá quien diga que obtiene psicofonías de las piedras...


Muchos ojos oteamos el románico. Algunos miran, unos pocos ven. No obstante creo que a todos los que nos atrae el románico, tenemos en común que encontramos belleza en la sencillez de sus formas, en la ingenuidad de sus figuras, en el sutil trato de la luz...

Pero creo que, sobretodo, encontramos belleza en el románico porque conectamos a un nivel no formal. Tal vez espiritual, tal vez ancestral, tal vez... no haya palabras para describir este enlace que nos cautiva.



Salud, Amistad y Románico