Un impulso inconsciente nos influyó hace poco a realizar un determinado ritual. Nadie nos había contado nada antes, pero lo intuimos. Supimos, como si de un acto de nuestro instinto humano se tratara, que teníamos que hacerlo. Y lo hicimos.
Algo primitivo, ancestral, se apoderó de nosotros al ver el lugar privilegiado: un lugar elevado de la montaña, un llano de reducidas dimensiones con un único acceso a pie y rodeado de escarpados precipicios, un punto privilegiado de la orografía que ofrecía unas espléndidas vistas hacia diversos valles y hacia las montañas de singular forma montserratina… en definitiva, un enclave digno para construir un templo.
Y, como si de un singular templo se tratara, en este lugar especial había un número considerable de montones de piedras. Unas torrecillas más grandes y otras más pequeñas, esparcidas por la limitada extensión del altiplano, que se mostraban enigmáticas ante nuestros ojos.
Tras el instinto inicial de contribuir aportando otra piedra para engrosar uno de los montículos, empezamos una nueva pila de piedras aportando cantos escogidos del entorno que identificábamos con las personas que queremos, a modo de representación simbólica de desear acercarlos, de juntar a los seres queridos y de invocar, a través de ese hecho, a alguna fuerza superior para que proteja al grupo. Tras acomodar, una a una, todas las piedras escogidas en el montón colectivo procurándole estabilidad al conjunto, deseamos que, con el tiempo, la pila fuera alimentándose de nuevas piedras.
Hoy, miércoles, he recordado ese instintivo ritual practicado hace pocos días y he buscado documentación en hechos análogos.
Es sorprendente averiguar que el hombre primitivo usaba, posiblemente, el amontonar piedras como instrumento a través del cual podía invocar a los dioses. Que en las antiguas civilizaciones tibetanas y egipcias ya realizaban similares pilas cónicas de piedras con finalidades espirituales, amontonamientos que derivaron en la concepción de obras piramidales. Que en los altiplanos de los Andes se construyen montículos similares – las apachetas – como homenaje a su madre tierra Pacha Mana. O que en puntos de nuestra península, como en la Cruz de Ferro del monte Irago en el camino de Santiago, existe un montón de piedras que va creciendo, día tras día, con la aportación de los peregrinos.
Asimismo, es sorprendente averiguar que esta pila de piedras recibe también el nombre de mercurial, que el concepto está relacionado con el dios Mercurio, que es el mismo concepto que el dios griego Hermes, que las “hermas” también eran montones de piedras que se hacían en los márgenes de los caminos y que todo el que pasaba añadía su piedra al montón, hermas que derivaron en tallas en piedra a modo de mojones, mojones o hitos que, en los caminos de montaña, se suelen realizar con un pequeño montículo de piedras para indicar el camino a seguir… Todo un mundo de relaciones.
También es sorprendente averiguar que, parece ser, muchas ermitas dedicadas a San Cristóbal se levantaron en puntos donde había un mercurial, relacionándolo como si San Cristóbal fuera una cristianización del dios Mercurio y apoyando, además, la hipótesis en términos alquímicos como que si el mercurio es “el portador del oro”, analógicamente Cristóbal podría ser entendido, según se quiera traducir, como “Cristo portador del oro”… Todo un mundo de relaciones.
Enfin, dejando de lado que al construir una pila de piedras bajo una perspectiva ritual se expresa un ideal y se genera una satisfacción de nuestras emociones y sentimientos más elevados, lo que en el fondo me ha sorprendido de todo esto es que hemos tenido una posible constancia de la existencia de una subconsciencia colectiva, puesto que hemos actuado bajo unos mismos patrones de comportamiento que se han repetido en otros tiempos y en lugares muy dispares del mundo. !Cuántas relaciones hay en el mundo!
Efectivamente, fue una necesidad que partió de nuestro interior, un impulso instintivo. Teníamos que hacerlo. Y lo hicimos.
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Cuando volvimos al Mercurial, 4 años después (22-2-2014), nos encontramos que había crecido!