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sábado, 14 de febrero de 2009

Errar al blanco

Me encuentro tranquila y relajada dentro de mi saco de dormir. Junto a mí, suelen descansar también cuatro o cinco amigas, aunque el destino hace que no siempre sean todas las mismas de siempre. Recuerdo a las que desaparecieron hace tiempo. ¿Qué habrá sido de ellas?


De pronto, se produce otro episodio del destino. Un destino cíclico, periódico y lleno de incerteza sobre si volveré a estar junto a mis amigas. Tal vez hoy será mi despedida.


Una mano poderosa me agarra y me arrastra hacia el exterior. Me sujeta a una cuerda y me tiende en una posición horizontal, sobre el aparato de tortura. Por un extremo me apoyo en un pequeño soporte de madera, por el otro, la cuerda que me sostiene está tensada, muy tensada, por esa mano imperturbable. De pronto, la mano me suelta y soy lanzada a toda velocidad. Siento el aire que roza todo mi cuerpo, hasta mi tensa rigidez ha adquirido flexibilidad por un instante debido a la estrépita sacudida. Ante mi, observo un obstáculo que va creciendo a cada instante. Me dirijo a él inevitablemente, a toda velocidad, sin capacidad de reaccionar impacto bruscamente en él. Paf!



Parece que de nuevo el destino ha querido ayudarme. Estoy entera: ¡Sana y salva! Recuerdo que hace unos días vi destrozar a una amiga que impactó en una roca al ser lanzada por ese aparato de tortura. Cometió un gran pecado y pagó por ello. Esta vez, por suerte o por destreza de la impasible mano, he cometido un pecado muy pequeño puesto que me he acercado mucho al centro de este circular obstáculo.


Pronto van impactando cerca de mí las demás flechas. Me alegro que los pecados de mis amigas también no sean muy grandes. Finalmente, hemos quedado todas clavadas y agrupadas cerca del blanco. La mano nos agarra firmemente, nos extrae de la diana y nos vuelve al carcaj.


De nuevo, en nuestro saco de dormir, podemos descansar y relajarnos.


Hasta la próxima.


Aclaración: La palabra básica que expresa la idea de "pecado", se funda en el concepto de "arrojar", lanzar, errar al blanco.

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lunes, 2 de febrero de 2009

Campanas al vuelo

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Después del ritual de consagración de un templo, la fiesta de colocación de la campana debió ser otro acto culminante de la construcción de una iglesia en la época medieval.

Por razones de transporte, el maestro fundidor confeccionaba la campana a pie de ermita.

Horno pedestre alimentado por buena leña durante horas fundía los enseres de metal donados por el pueblo (cobre, estaño, o lo que podían aportar).
Molde confeccionado bajo el suelo a base de barro, paja, arena, excrementos, sangre animal ... mezclando así oficio, experiencia, arte y ritual.

Luego, llegado el momento oportuno, el maestro campanero permitía que la gravedad llevara el metal líquido hacia el molde en un breve minuto de espectacular colada. Una vez enfriada, debió ser motivo de reunión y fiesta de todos los fieles del entorno las operaciones de desmoldar, enyugar y colgar la nueva campana en lo alto de la torre o en su espadaña.

Quisiera imaginar la emoción del pueblo al oír el primer golpe de badajo haciéndola sonar. A partir de entonces, el pueblo disfrutaba ya de un reloj que ordenaría mejor la distribución de su tiempo, unificando el desarrollo de las actividades y propiciando así la cohesión social entre los habitantes del entorno.
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Pero además, las diversas formas de hacer sonar la campana ofrecieron pronto las funciones de ser los altavoces de los sucesos. Es decir, de alguna manera, fueron los primeros “radio-despertadores”.

A pesar que las campanas que se fundieron inicialmente para los templos románicos fueron refundidas en las guerras, saqueadas en asaltos o rotas por los golpes incesantes del doblado; las actuales campanas mantienen su bronce impregnado de esa sangre, de esa esencia, ... y en definitiva, de espíritu.
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