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lunes, 24 de marzo de 2008

Clasificar para constar?

Parece que una de las características del hombre es la de su capacidad – por no decir obsesión - en clasificar y ordenar todo lo que le envuelve. En campos como la zoología, botánica, química, matemática, literatura, arquitectura, pintura, danza, música, etc. no se escapa nada ni nadie de ser clasificado en una de estas casillas “pre-establecidas”.



Y aunque parezca mentira, cuando hay alguna cosa que ya está clasificada y ampliamente aceptada, debe aparecer alguien para “depurar” la clasificación, proponiendo nombrar a lo mismo por otro nombre (el suyo, claro), hacer clasificaciones más delimitadas, o promoviendo un modo distinto de encasillar la misma cosa. La cuestión, tal vez, es dejar su impronta en la historia, autoclasificándose como del conjunto de “eruditos” que han establecido un nuevo orden.

Lo más curioso del tema de la clasificación es que los que se consideran entendidos en alguna materia se adhieren a algún ente que les otorgue “poder” de ser los clasificadores oficiales. De esta manera, bajo el título de crédito de la entidad que les ampara y bajo la apariencia que su sutil clasificación en “grupo, género, familia, especie” aportará a las generaciones venideras una mejor comprensión del verdadero significado, se oculta su vanidad, su ansia de protagonismo, en definitiva, su mezquindad.

domingo, 23 de marzo de 2008

Atalayas

En el entorno del Duero existen multitud de atalayas Islámicas que fueron construidas allá por el siglo X como puntos de vigilancia de su frontera con la Hispania Cristiana.



Su construcción sencilla, circular, a base de sillarejo y argamasa, de gruesos muros en la base que se van adelgazando en los sucesivos pisos, con una única y elevada puerta, dan idea de que su función era puramente de vigilancia estratégica. Una pequeña guarnición musulmana, destacada en cada atalaya, se debería encargar de controlar unas determinadas zonas de paso.

Pero a su vez, estas atalayas tenían conexión visual entre ellas, de este modo cumplían también funciones de “estaciones repetidoras” de señales, así como de protección mutua entre ellas ante posibles asaltos.




















Salvando las diferencias tecnológicas, existen multitud de atalayas actualmente en carreteras, accesos a edificios y recintos, estaciones meteorológicas, etc. Sólo que no es necesario destacar una pequeña guarnición para grabar en vídeo la evolución de los acontecimientos. Las imágenes se concentran en una base central donde – ahora sí - una pequeña dotación de recursos humanos cumple con esas funciones ancestrales de vigía.