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domingo, 26 de octubre de 2008

Ya es hora de cambiar el cambio de hora?

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Esto del cambio de hora me da que pensar.

Parece lógico que las civilizaciones antiguas ajustasen su horario de actividad a las horas de luz solar de una manera natural. Como las gallinas. Hasta he leído que en Roma se dividía en doce “horas” iguales el tiempo entre el amanecer y el crepúsculo, de modo que habían horas cortas en invierno y largas horas de calor en las canículas. Curioso, pero con cierto sentido común.


Tras la llegada de los primeros relojes mecánicos, alrededor del siglo XV, se empezó a regular el tiempo por horas de igual duración. Los campanarios proclamaban el paso del tiempo al pueblo entero, arrebatando el liderazgo que hasta entonces tenía el astro rey. Entonces, los toques de campana marcaban el ritmo de la vida, cada vez un poco más ajenos al ciclo solar. Y el uso de velas suplía la vida despierta en horas nocturnas, aunque, en determinadas épocas de verano, ocurría que ya era de día alguna hora en la que todavía gran parte de la población dormía.

Así fue como, por fechas próximas a la revolución francesa, el sentido común hizo que Benjamín Franklin escribiera una carta al Le Journal de Paris proponiendo adelantar una hora los relojes durante el verano, para ahorrar en velas. Bueno, hasta aquí de acuerdo. Además, junto con otros seguidores de la idea, se sumaron otras ventajas de menor índole económica, más bien de orden deportivo y social. No obstante, esta propuesta no se aplicó.


Y la idea se retomó de manera generalizada en países desarrollados a partir del 1974, y hasta la actualidad estamos moviendo todos los relojes –mecánicos y biológicos- dos veces por año. Pero ahora continúan diciendo que la medida se aplica por el tema del ahorro energético y, francamente, me cuesta entenderlo. Más cuando aprecio mayor peso en el plato de la balanza donde se pone los efectos en las alteraciones del sueño, las dificultades de gestión y adaptación al cambio horario, el acordarte y modificar relojes…

Ahora, el consumo energético global es bastante igual en la primera hora antes del amanecer que en la primera hora después del anochecer como para, creo, mantenerse en esta opción. No hay velas que ahorrar. Las calles tienen las mismas horas de iluminación porque funcionan con relojes astrológicos basados en el ciclo solar, los grandes consumos energéticos del hogar (nevera, lavadora, cocina, etc.) son independientes de este cambio de hora,… ¿Dónde puede estar el ahorro, pues?

Pues tal vez la idea del cambio horario se focalizó en los años setenta, en plena crisis del petróleo, en que gran parte de la población, durante las primeras horas de la mañana se encontraba ya activa en el lugar de trabajo o en la escuela. Si en esos puntos ya era de día se ahorraba allí energía, aunque era a costa de que por la tarde oscureciera antes. Pero por la tarde gran parte de la población ya estaba en su casa, por lo que el consumo energético era entonces a cargo del particular. ¡Bingo! El ahorro energético era cierto, tal vez, pero era ahorro para unos y trasladando gasto al ámbito particular. El sentido común pasó a tener sentido perverso...

Actualmente lo del ahorro energético en las empresas y escuelas se aplica bajo otros vectores. Bombillas de bajo consumo, aislamientos térmicos, energía solar... pero poco hay de luces apagadas en horas diurnas. No cumplirían con los parámetros de iluminación marcados por la legislación hecha a favor de la prevención de riesgos laborales.

Encuentro con todo ello, que esto del cambio horario merece un replanteamiento. Una revisión del porqué, de sus ventajas e inconvenientes, y de si procede todavía a los gobiernos mantener distraído al vulgo con esta pantomima.

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domingo, 19 de octubre de 2008

Tetraktys

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Los pitagóricos creían que toda la esencia de este mundo era de orden numérico y armónico. Y compendiaban en su vida la filosofía, las matemáticas, la ciencia, la música y la astronomía. Bajo esta definición, el Homus Virtualis de este blog se identificaría como un aficionado al pitagorismo.

Sin entrar en la doctrina de los pitagóricos, pues hay extensa literatura de ello, hasta hace pocos días conocía aspectos inconexos de este tema: el universalmente conocido teorema de Pitágoras, los tipos de números según su relación (perfectos, amigos, poligonales, etc.), la base pitagórica de la armonía musical, la geometría pitagórica... y algunos aspectos –entre historia y leyenda- de la vida y la muerte de Pitágoras.

Pues bien, al profundizar en el conocimiento del pitagorismo, me ha aparecido de pronto, como una revelación, el símbolo místico pitagórico del Tetraktys. Se trata de un triangulo donde se representan diez puntos, como suma de 1+2+3+4.



  • El uno (mónada) es entendido como la unidad, la divinidad, el origen de todas las cosas, el ser inmanifestado...

  • El dos (díada) es el desdoblamiento de la unidad, el principio de la dualidad inherente en toda cosmología: activo y pasivo, masculino y femenino, bien y mal, ...

  • El tres (tríada) recoge el concepto de los tres niveles que hay en los aspectos místicos: cuerpo, alma y espírtitu; Padre, Hijo y Espíritu Santo; infierno, tierra y cielo; etc. También, bajo una idea geométrica, si entendemos el uno como un punto y el dos como una línea, el tres pasa a ser un plano.

  • El cuatro (cuaternario) quiere simbolizar el universo material, como manifestación de cuatro aspectos: tierra, aire, fuego y agua; Lucas, Juan, Marcos y Mateo; toro, águila, león y hombre; y los tetragrámaton de muchas religiones y filosofías. Ahora la idea geométrica alcanza con este cuarto nivel el volumen, adquiriendo cuerpo material.

  • Y el 10 (década) es el conjunto de los anteriores, el número perfecto, la totalidad del Universo. Y en este sentido de totalidad se revela como un retorno a la unidad, cerrando el ciclo. Un origen y un fin; un todo surge del uno y vuelve al uno...


Así pues, el Tetraktys es una representación simple y compleja de la creación, de la totalidad en constante movimiento, de la armonía de los contrarios, de la esencia numérica de todas las cosas... En definitiva, opino que podría ser el árbol de la vida de los pitagóricos.

Una pasada.

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