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lunes, 26 de diciembre de 2011

Sentido común

Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos.

Otros, lo redefinen al estilo de Descartes en su Discurso del Método y dicen que el sentido común es el mejor repartido, pues todo el mundo cree poseerlo en suficiente y justa medida.

Pues bien, no siempre el sentido común ayuda al común de los mortales. Veamos un ejemplo.

Se trata contestar una pregunta simple: En una familia con cuatro descendientes, ¿qué probabilidad hay que sean dos niños y dos niñas?



El sentido común suele actuar en una respuesta rápida, sin demasiada premeditación, y decir que es del 50%. Verdad? … Pues no.

Qué ocurre aquí? Bueno, para abordar el tema vamos a simplificar el problemilla diciendo que, cuando nace un descendiente, éste puede ser niño o niña con exactamente la misma probabilidad del 50%. Hasta ahí, bien. Es genéticamente y matemáticamente aceptable. Pero si no se trata de un único retoño, los cálculos de probabilidades se “alejan” de nuestro sentido común.

Supongo que si este problemilla hubiera sido puesto en un examen de tipo test, tendría cuatro respuestas como:

a) 50%            b) 25%             c) 20%            d) 37,5%

Un segundo enfoque en el que hay más intuición que enfoque científico, es el pensar en un efecto “doble – mitad” y, presuponiendo que hay proporcionalidad inversa en este caso, razonar rápidamente que, “si hay dos hijos –niño y niña- la probabilidad seria del 50%, luego si hay el doble de hijos se divide por dos la probabilidad”… y obtener por consiguiente el resultado del 25%

Pero conviene ir un poco más allá, porque un tercer enfoque más razonable seria pensar en el conjunto de los siguientes resultados de la tabla de verdad:

4 niños y 0 niñas
3 niños y 1 niña
2 niños y 2 niñas
1 niño y 3 niñas
0 niños y 4 niñas

Con lo que si, de las cinco opciones, la combinación de “2 niños y 2 niñas” es sólo una de ellas, podríamos afirmar que la probabilidad es de una opción entre 5 y, por lo tanto, resulta ser del 20%.

Sin embargo, vamos a plantearlo aún de otro modo más detallado, desarrollando todas las opciones de poder tener, parto a parto, uno a uno, estos cuatro descendientes. Entonces, la tabla de verdad resulta ser:



Con este análisis, resulta que, de las 16 posibles combinaciones del conjunto de los cuatro felices nacimientos, sólo 6 soluciones cumplen los deseos de que sean 2 niños y 2 niñas. Y 6 entre 16 corresponde al 37,5%.

Curioso? Ambiguo?

Curioso, sí. Queda claro que el sentido común no siempre funciona. Muchas veces, tal vez funciona, pero no hay que fiarse empedernidamente de él. Sorprende que el resultado no sea el 50%.

Ambiguo? Pues también. Porque se generan las dudas de si el resultado correcto es el 20 o el 37,5%. La respuesta, según la matemática combinatoria, está en que si el parto fuera uno solo (es decir, que no nos importa el “orden” de los hijos porque todos nacen “justo en el mismo momento”) entonces esta probabilidad es del 20%. Pero si se consideran cuatro partos entonces la tabla de la verdad engloba los 16 posibles resultados y la probabilidad resulta ser, finalmente, del 37,5%.

Estos juegos o, según como, malas jugadas que las matemáticas ocasionan al sentido común suelen dar ventaja, en determinadas circunstancias, a las personas conocedoras de las leyes de la probabilidad. Son situaciones que todos, con un poco de tiempo dedicado a entender el problema, podemos resolver. Sin embargo, suele ocurrir que no queremos dedicarle tiempo y esfuerzo a entender el problema con toda su amplitud y nos aventuramos a apostar por una opción poco meditada, basada en la confianza que tenemos de nuestro “sentido común”. Sin embargo, si nuestro oponente tiene la capacidad de conocer y analizar en profundidad la “tabla de verdad” del problema, nos puede ganar la partida.

Parece de “sentido común” que tengamos que analizar todas las variables ante un tema a resolver, sin embargo no es común que actuemos siempre en este sentido.



miércoles, 12 de octubre de 2011

Las visiones de Orión





Hay que buscarla un poco. En las noches de invierno se localiza fácilmente. Está allí, dominando la cúpula celeste. Sin embargo, en verano debes esperar a que la noche esté adentrada, o empiece a amanecer para verla. Y es que unas veces nos visita a los del hemisferio norte que compartimos su custodia con los del hemisferio sur.

Hace unos días que, cada madrugada, busco la constelación de Orión por algunas porciones de cielo que alcanzo a ver mientras voy andando  a la estación del tren. Me parece algo mágico, ancestral, conectar visualmente con unos puntos luminosos que hace miles, incluso millones de años, ya observaba el hombre primitivo. Es como una breve conexión con algo auténtico, genuino, en este entorno tan urbano, tan artificial.


Orión (Salobreña, febrero 2010)

Encuentro algo natural que, el hombre de la antigüedad, en las largas y oscuras noches, se cuestionara todo tipo de preguntas bajo el manto estrellado. Encuentro natural que asociara ingenuamente grupos de estrellas formando conjuntos e imaginándose figuras diversas. Y encuentro natural, pues, que las diversas civilizaciones creasen historias mitológicas que, basadas en esas figuras del firmamento, intentaran aportar algunas respuestas alegóricas a las grandes preguntas de la humanidad.

Lo primero que destaca de Orión es el cinturón. Tres estrellas brillantes, azuladas, alineadas y “relativamente” próximas entre ellas. Se trata, de izquierda a derecha y atendiendo a los nombres que proceden de la astronomía árabe medieval, de Alnitak, Alnilam y Mintaka. Traducidos, dicen que significa respectivamente faja, collar de perlas y cinturón.

También destacan otras estrellas brillantes que nos sugieren relacionarlas con el cinturón. Dos de ellas son soles gigantes llamadas Betelgeuse y Rigel, que junto con otras dos de menor magnitud, Bellatrix y Saiph, dibujan un cuadrilátero imaginario que encierra en su interior el cinturón. Finalmente, otros puntos luminosos que nos van apareciendo en la medida que vamos acostumbrando nuestra vista a la oscuridad, nos acaban de sugerir la silueta de nuestra admirada constelación. Orión.

Sabido es que, por el entorno de Alnitak, existen nebulosas como la de la Llama o la de la Cabeza de Caballo. También se localizan, relativamente cercanas, las nebulosas de Orion o la de De Mairan. Todo un apasionante y enigmático trozo del universo que ha sido profundamente estudiado y del que se han obtenido imágenes espectaculares.




Y, tal vez, por la peculiar silueta de esta constelación, ha sido protagonista importante en la mitología de bastantes civilizaciones.

Existe bastante literatura acerca de Orión en la mitología griega, de este gran cazador se desdoblan versiones sobre su procedencia, su vida y su muerte. Todas ellas, seguramente, con importante carga alegórica. Me llama la atención una versión acerca del porqué está Orión en el cielo: Artemisa se había enamorado de Orión, el apuesto cazador, lo que provocó los celos de Apolo, hermano gemelo de Artemisa. Un día que Apolo vio a lo lejos, en el fondo del bosque a Orión, desafió a su hermana a que acertara a cazar lanzando una flecha a aquel animal que apenas se veía entre los árboles. Artemisa acertó y cuando supo que había matado a su amado fueron tales sus lamentaciones que los dioses decidieron ponerlo para siempre en el cielo para consolarla.


En la civilización egipcia también hay abundantes referencias a esta constelación puesto que la relacionan con Osiris, dios de los muertos. Osiris, hijo de los dioses Geb y Nut, se convirtió en faraón tomando como esposa a su hermana Isis. Pero los celos hicieron que el hermano Set matara a Osiris, lo descuartizara en catorce pedazos y los esparciera. Isis realiza una larga y penosa búsqueda de esos trozos de su amado y consigue encontrarlos todos excepto el falo. Entonces Isis recompuso a Osiris, lo embalsamó, le dio vida eterna, se impregnó de él y engendró a Horus, dios del Sol. Esta historia mitológica de gran trascendencia en la civilización egipcia, infiere a su vez una gran importancia a nuestra constelación. Así, hasta aparecen estudios que afirman alineaciones y estudiadas relaciones entre las pirámides y estas estrellas de la constelación de Orión.


En China, curiosamente, a esta constelación se le conocía como Tsan, que significaba cazador y guerrero. El cinturón lo identificaban con la mansión Shen, eterno adversario del Shang, cuya mansión estaba en Antares, de la constelación de Escorpio. Hecho también que se identifica con una versión de la muerte de Orión que, en lugar de ser la mortal flecha lanzada por su amada Artemisa, es Gea que se enfada con Orión y lo mata provocando la picadura del escorpión.

En la cultura maya y a partir del Mito de la Creación del Popol Vuh, se constata que tres estrellas del cinturón de Orión se corresponden con una tortuga de la que, por su concha agrietada, surgió el Dios del Maíz. Asimismo, también la tradición maya identifica otras tres estrellas de la constelación de Orión que dibujan el triángulo inferior (Alnilam, Riguel i Saiph) con “las tres piedras” que, en su interior, se genera la “creación”. Y es que sitúan el origen del Mito de la Creación en las nebulosas de De Marian y de Orion.

También, a modo de lenguaje secreto, se observa una profunda relación de Orión con la postura del Loco, en el primer arcano mayor del Tarot. Tal vez esta apreciación se reafirma con la presencia del perro a sus pies, que se correspondería con nuestra constelación del Can Mayor.


Finalmente, creo que es de destacar que las tres estrellas del cinturón de Orión se han querido identificar, en algunas teorías, con los Tres Reyes Magos. Curiosa identificación puesto que su dirección apunta hacia donde se encuentra Sirio, una estrella muy brillante de la constelación del Can Mayor que se identifica también con la diosa egipcia Isis. Diosa que se “traslada” conceptualmente a la virgen María y que, prolongada esa dirección en la cúpula celeste por las fechas navideñas coincide con el lugar del horizonte donde nace el Sol.

Tenemos grandes teorías, antiguos mitos y una enorme cantidad de datos científicos acerca de la constelación de Orión y sus cuerpos celestes. Sin embargo, tras miles, incluso millones de años, continuamos sin conocer apenas nada. Así es el Universo: maravillosamente infinito.




domingo, 21 de agosto de 2011

Percepción

Todos hemos oído hablar alguna vez que nuestro ojo sólo es capaz de ver una estrecha banda del espectro de las frecuencias electromagnéticas. Son las que le llamamos comúnmente los colores de la luz visible. Es decir, vemos el mundo que nos rodea limitados por una pequeña ventana entre los ultravioletas y los infrarrojos. Sin duda, pues, al mirar un objeto tenemos una percepción limitada de su “realidad”.


Pero la percepción que se puede tener de una misma realidad varía en función de gran número de factores. No todo el mundo ve lo mismo, ni percibe la misma “realidad”, o vive la misma “situación” de un mismo modo.

Para analizar estos aspectos de la percepción me atrevo a distinguir dos grandes estadios: el de los sistemas sensoriales y el de los sistemas cognitivos.



Sistemas sensoriales

Nuestra mente percibe estímulos y sensaciones del mundo en el que estamos inmersos a través de los sentidos. Tradicionalmente hablamos que la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto se encargan de utilizar los órganos sensores de nuestro cuerpo. Así, los ojos, los oídos, la pituitaria, las palpitas gustativas o la piel, captan los estímulos del mundo exterior y los transmiten por el sistema nervioso al cerebro.

Hasta aquí, el proceso de percepción podría considerarse más bien automático o reflejo. No obstante hay factores físicos que pueden modificar la percepción de la “realidad”. Por ejemplo, factores climáticos, de ruido o de iluminación pueden hacer que los estímulos que reciban nuestros sentidos de una misma “realidad” sean distintos de un momento a otro. Ver un mismo paisaje en un día de lluvia o soleado, con frío o con calor, de día o de noche, nos proporcionará un variado surtido de percepciones de una misma realidad.

También los órganos sensoriales pueden tener grados de eficacia en función de la persona. Se suele perder grado de visión y de oído con el paso de los años, así como puede haber otras alteraciones físicas en algunos de nuestros órganos sensores que nos limiten la percepción del “mundo exterior”.



Sistemas cognitivos

Por una parte, nuestro cerebro actúa selectivamente para concentrar la atención en el estimulo que le llega y que más nos puede interesar según el momento. Focaliza –por ejemplo- en el gusto, vista y olfato si se trata de saborear una comida; o se concentra en el oído y la vista si se pretende conversar con otra persona. Así, a pesar de que el cerebro recibe seguramente todos los estímulos procedentes de los sentidos, muchos de ellos son neutralizados a nuestra conveniencia para darnos una percepción selectiva de lo que nos llega de ahí fuera. Es por este motivo que podemos estar viendo algo pero sin embargo no estar mirándolo, o bien podemos anular mentalmente la atención a un ruido repetitivo como, por ejemplo, el paso de trenes cerca de nuestra vivienda.

Pero el cerebro, por otra parte, procesa a través de unos filtros esa información recibida de los sentidos y nos proporciona nuestra particular percepción de la situación. Este filtro está confeccionado por un complejo sistema de factores cognitivos tales como:

- Las expectativas de lo que nos gustaría percibir a través de ese sentido.;
- Las experiencias vividas en el pasado. 
- Las motivaciones que conducen nuestra existencia.
- Las emociones que sentimos en ese momento.
- Las actitudes que conforman la personalidad propia de cada uno.
- El tipo de cultura, ideología política o religiosa.
- La educación recibida hasta ese momento.
- Las condiciones de contorno existentes en esa “situación del mundo exterior”

Asignamos un nivel de importancia a cada uno de estos filtros para, finalmente, tener nuestra propia percepción de “cómo vivimos” una situación del mundo exterior. Obtenemos así nuestra particular visión, nuestra percepción.

Conocer los mecanismos de percepción que actúan en la mente de uno mismo es un ejercicio interior que te permite reflexionar sobre cada uno de ellos y revisar el peso relativo que pretendes otorgarles en cada caso. También te permite modificar la estructura del filtro cognitivo si así lo estimamos conveniente. Todos, en un mayor o menos grado, realizamos ese proceso interior del “conócete a ti mismo” a lo largo de la vida.


La realidad debería ser única y objetiva, pero, como decíamos al principio, no todo el mundo ve lo mismo, ni percibe la misma “realidad”, o vive la misma “situación” de un mismo modo. Algunas veces podemos intentar acercarnos a la percepción que puede tener otra persona ante una situación concreta. Analizar los mecanismos que, posiblemente, le intervengan en función de su personalidad, de nuestro conocimiento de sus experiencias vividas, de lo que le “mueve” en el fondo… nos permite enriquecer nuestra propia percepción con la visión de la otra persona. Nos permite entender sus reacciones ante esa situación vivida y nos permite, en definitiva, ampliar ese estrecho ángulo de visión de nuestra propia percepción.


martes, 10 de mayo de 2011

La cintura de Casiopea

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Como un valioso legado de la presencia musulmana en la península, proliferaron en la edad media unos códices que trataban sobre las propiedades curativas y mágicas de las piedras. Eran los llamados lapidarios.

Los lapidarios relacionaban las propiedades mágicas de los diversos minerales con las constelaciones celestes. Creían que cada piedra recibía la influencia de una estrella y, además, sus poderes variaban en función del ciclo zodiacal.
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Los lapidarios más conocidos son los que mandó redactar el rey Alfonso X el Sabio y que se conservan en la Biblioteca de El Escorial. Aunque, con el paso de los siglos, fueron numerosos los tratados que estudiaron los poderes mágicos de las piedras.
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Ante el gran número de incunables y su diversidad de contenido -abierto a especulaciones-, y ante el avance de ciencias médicas basadas en las propiedades curativas de las plantas (y más adelante de los hongos), esta “ciencia” fue evolucionando hacia la actual identificación de determinados minerales con algunas propiedades “sanadoras”.
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En los lapidarios se repetían varias miniaturas de cada constelación, pero en cada iluminación se representaba un punto dorado en un lugar distinto indicando la estrella que gobernaba los poderes de cada piedra estudiada. En la imagen, se puede apreciar la representación de Casiopea, o “Mujer sentada en una Silla”, con un punto dorado en la cintura.

Al margen del “culebrón” mitológico de esta reina de Etiopía que comparó la belleza de su hija Andrómeda con las hijas de Nereo; Casiopea es una constelación de fácil identificación en el firmamento ya que, a simple vista y en cualquier época del año, se pueden apreciar 5 de sus estrellas de mayor luminosidad que forman una W, con su parte ahuecada hacia la estrella Polar.
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De entre estas estrellas, la de mayor brillo aparente corresponde a Schedar (alfa-Cassiopeiae), una estrella gigante naranja de magnitud 2,2. Otras dos estrellas adyacentes le siguen en luminosidad: Caph (beta-Cassiopeiae) una sub-gigante blanco-amarilla que se situa en el extremo derecho de la W, y Tsih (gamma-Cassiopeiae), una estrella eruptiva variable en intensidad en el centro de dicha W, y que corresponde, a su vez, a la cintura de nuestra reina Casiopea.

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martes, 1 de febrero de 2011

La comunicación no verbal del cuerpo



Dentro del estudio de las comunicaciones no verbales, existen básicamente las siguientes categorías conductuales relacionadas con la postura del cuerpo y su movimiento durante los contactos interpersonales:

Emblemas. Los emblemas son los actos de comunicación no verbal que tienen una traducción verbal específica conocida por la mayoría de los miembros de un grupo de comunicación. Son ejemplos ampliamente conocidos el aplaudir para aprobar, ondear la mano cuando se deja un lugar o inclinar la cabeza hacia delante en señal de acuerdo.

Ilustradores. Los ilustradores son actos de comunicación no verbal íntimamente ligados al discurso hablado. Son pautas de movimiento del cuerpo que se producen simultáneamente con ciertas pautas del habla, produciendo una sincronía habla-movimiento corporal y constituyendo un mismo sistema.
Se podrian considerar dos puntos de vista en relación a los ilustradores.
Por una parte, entre dos interactuantes, se tiende hacia una sincronía en sus posturas corporales. Ambos se mueven de manera imitativa.
Incluso se ha investigado sobre la tendencia a igualar la duración de la intervención, el volumen de la voz, la latencia conversacional, el ritmo del discurso o la duración del silencio.
Y por otra parte, también algunos movimientos están tan ligados al proceso de codificación del habla que son virtualmente manifestaciones motrices del proceso. Los movimientos tienden a integrarse rápidamente en una unidad codificada o según determinadas pautas del habla.
Algunas pruebas de sincronía interaccional son las reacciones de los oyentes en forma de vocalizaciones (“mhmm”, “Ya veo” y otros comentarios), cabezadas y movimientos de manos y pies que tienden a producirse al final de las unidades rítmicas del discurso del hablante, o la tendencia a acompañar con movimientos las palabras enfatizadas vocalmente.

Reguladores. Los reguladores son actos de comunicación no verbal que mantienen y regulan la naturaleza alternante de hablante y oyente entre dos o más interactuantes. Dentro de esta taxonomía, se pueden analizar los principales actos conductuales que se producen en las conversaciones:
Los saludos y las despedidas. Son reguladores que conllevan información acerca de la relación entre los dos comunicantes. Algunos investigadores distinguen hasta seis etapas en los saludos que se inician a distancia, y además, sostienen que la retórica de la despedida tiene las funciones de señalar el final de la interacción, de resumir a menudo lo esencial de la comunicación y de expresar una actitud de apoyo mutuo.
El turno en las conversaciones. Son reguladores que producen una alternancia hablante – oyente. En función de la eficacia de la alternancia se puede provocar las consideraciones de grosero (interrumpe demasiado), dominante (no cede suficientemente el turno) o frustrante (es incapaz de una aportación importante). Es interesante observar estructuradamente el modo en que el hablante, por medio de la conducta no verbal, puede ceder o mantener su turno para hablar y, también usando comunicación no verbal, cómo el oyente puede solicitar el turno de la conversación, o rechazarlo.

Adaptadores. Los adaptadores son actos de comunicación no verbal que ejecutamos respondiendo a ciertas situaciones de aprendizaje. Relacionan diversos movimientos del cuerpo con estados afectivos o anímicos, o con la experiencia emocional que produce la comunicación. En general, los adaptadores están ligados a sentimientos negativos, angustia, disconformidad, hostilidad encubierta o preocupación respecto de uno mismo.

Con este conjunto de categorías conductuales expuestas, las comunicaciones que se realizan a través de movimientos corporales se podrían agrupar en los siguientes principales tipos de conducta específicos:
Comunicación de actitudes. Se pueden identificar diversos indicadores del lenguaje del cuerpo que comunican actitudes de calidez o frialdad, gusto o disgusto y otras conductas como la disposición para el galanteo, el acicalamiento, las señales posicionales o las acciones de invitación.
Comunicación de estatus. Se identifican un grupo de indicadores no verbales de estatus o poder, como el uso de la posición de los brazos en jarra, ornamentación de la vestimenta con símbolos de poder, o movimientos y posturas más expansivos entre otros indicadores.
Comunicación de engaño. Se pueden definir algunas señales no verbales que delatan el posible engaño en el mensaje hablado, como por ejemplo el movimiento de piernas, pasarse la mano por la boca, menor mantenimiento de la mirada, el uso de adaptadores más prolongados o tener más lapsus verbales, entre otras señales.


A pesar de esta estructuración realizada para el análisis de la comunicación no verbal ejercida por la postura y el movimiento del cuerpo, soy de la opinión que, para analizar una conducta no verbal, hay que evitar los encasillamientos del tipo “un movimiento o una postura – un significado”.
Comparto la opinión de los investigadores expertos en esta materia en cuanto a que la comunicación no verbal se proyecta por “haces”. Del mismo modo que una palabra puede tener registros distintos en función de su contexto, los movimientos del cuerpo o las posturas adoptadas pueden tener diversos significados según la situación, el entorno o el sistema relacional.
No obstante, el lenguaje no verbal mantiene ciertos paralelismos con el lenguaje hablado. Y es en esta congruencia, en esta perspectiva contextual, donde radica la importancia de conocer sus fundamentos, pues facilita las claves para obtener una comunicación más eficiente.





domingo, 30 de enero de 2011

Cambiando el chip



Ya sea en organizaciones, en grandes o en pequeñas empresas, o en la propia vida, los cambios son un proceso que parten de una situación para llegar a otra. Sería un engaño decir que siempre es un proceso que evoluciona hacia una situación mejor, aunque esto es siempre lo deseable.
La vida está llena de continuos cambios, lo queramos o no. Reflexionando un poco sobre ellos, me aventuraría a sintetizar algunas consideraciones o características comunes.





El punto de partida
Hay cambios que vienen motivados por una decisión propia, personal, de creer en una nueva y mejor situación. Vislumbras el objetivo al que quieres llegar, lo valoras firmemente como algo mejor que quieres conseguir, crees en él y lo dibujas en tu mente, o sobre un papel, tal vez con la intención de que, como Pigmalión con su Galatea, el sueño deseado se convierta en realidad.
Sin embargo, hay otros cambios que te sobrevienen en la vida. No has escogido tú el nuevo objetivo, la nueva situación. Pero te encuentras ahí, iniciando un proceso de cambio donde te das cuenta que no hay posibilidad de retroceder en el tiempo. Unas veces son cambios predecibles, otras veces ocurre que algún factor del subconsciente ha hecho que los presientas, otras el cambio es ordenado por una persona cercana o por un estamento jerárquico superior, y otras ocurre que el detonante del cambio llega sin más, sin avisar.
Tal vez podríamos mencionar otros puntos de partida de los cambios. Aquellos que otras personas, desde una óptica y perspectiva distinta a la nuestra, nos aconsejan que realicemos en nuestra vida para así mejorar nuestra situación. Sin embargo, éstos no pueden considerarse cambios como tal hasta que uno no tome la decisión propia de evolucionar hacia una nueva situación personal.

El camino
Cuando se ha iniciado un proceso de cambio, sobretodo en los que no es uno el que así lo ha decidido, suele haber un inicio del camino más o menos traumático. Nos surge nuestro natural miedo ante lo desconocido que frena nuestro deseo de ir hacia ese lugar, hacia ese futuro del que apenas tenemos un esbozo. Dudas si el dibujo está bien hecho. La angustia por cómo será el camino a recorrer a partir de ahora, junto con la nostalgia por cómo estábamos en la antigua situación, aunque ya forme parte de tu historia personal, nos causa pasar por episodios de quererse aferrar en el pasado, de querer inmovilizar nuestra vida en una situación que nos era cómoda, pero que ya no se da, ni se puede dar de nuevo.
A pesar de todo, con los días, el camino va andándose. Los problemas de la nueva situación van surgiendo y, tal vez, es cuando vas aplicando racionalización al cambio, día a día, para ir solucionando esos inconvenientes bajo la óptica de la nueva situación. El trabajo de esta etapa es más bien mental, requiere reflexión, ya sea a nivel individual o colectivo, para evolucionar racionalmente y hacer los cambios culturales que, tal vez, se requieren. Esta racionalización es la que te facilita, poco a poco, el convencimiento propio de que el cambio, dadas las circunstancias, era necesario y percibes la nueva situación de una manera más visible, más clara. Poco a poco, vas dejando de mirar atrás y, sin darte cuenta miras cada vez más confiado hacia delante.



El punto de destino
Empiezas a ver adónde quieres ir, aflora el entusiasmo en tu corazón y crecen las ganas por llegar. Disfrutas de los nuevos momentos vividos y tu optimismo aprecia las ventajas de la nueva situación. Te sientes pleno, entusiasta por el logro conseguido y te valoras integrado en el dibujo que, tiempo atrás, a pesar del temor que sentías, te habías imaginado.
Siendo conscientes de encontrarse en ese estadio, conviene cuidarlo con esmero, saborear el inicio de esa nueva etapa con la mayor intensidad posible y desear que el periodo de estabilidad en esa nueva situación donde te sientes bien sea largo.
Un principio del Kybalión dice que “No hay nada quieto. Todo se mueve. Todo vibra”. Efectivamente. Pero conocer este principio, interiorizarlo, y ser conscientes del proceso habitual que todo cambio comporta, debería ayudarnos a poder trabajar para ejercer mayor control sobre la duración de sus ciclos, así como ayudarnos a tomar las decisiones propias de cambiar en aquellos aspectos de nuestras vidas en las que, pensamos, podemos mejorar.