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martes, 17 de enero de 2012

Escuchando se entiende la gente

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De nada sirve emanar los pensamientos si no hay un receptáculo apropiado para recogerlos. Ofrezcamos vino, pues, a quien tenga la copa dispuesta para ser llenada con este espíritu.



Creo que hay una parte importante de cada uno de nosotros que se esfuerza en explicar y transmitir su propia opinión, es decir, que nos afanamos en exponer de manera clara y estructurada nuestra visión parcial de una realidad habitualmente compleja. Sin embargo, no solemos dedicar tanto esfuerzo a escuchar, quiero decir, a oír a los demás con el ánimo de entenderlos, de interiorizar su mensaje y a evolucionar en nuestro yo interior libando ese néctar que nos ofrecen bajo una forma aparente de palabras concatenadas.

Me impactó saber que, en media, sólo escuchamos realmente seis segundos de cada minuto de mensaje que oímos. Me vi reflejado en esas estadísticas y mi objetivo personal está en poder elevar en algo esa media.

Sin embargo, para favorecer una escucha completa se requiere ir adquiriendo habilidad en algunos aspectos como:

- La sintonía. No siempre el que habla está en la misma “onda” del que escucha. Si queremos escuchar y aprender de su mensaje, debemos ajustar nuestros registros mentales hasta “sintonizar”. Y sintonizar puede ser sinónimo de escuchar y hablar con el corazón, de abrir los sentimientos hacia la otra persona, de expresar tu opinión personal que te has formado con tu interpretación de la vida. Suele ocurrir que, en ese momento en que se encuentran las sintonías, ambos corazones se abren, los ojos se miran, el tiempo se calma y la comunicación fluye sin obstáculos, casi sin palabras...

- El entorno. El momento y el lugar deben escogerse con esmero para facilitar la comunicación. Sentarse cómodamente en un lugar elegido para escuchar a la otra persona, sin ruidos y sin distracciones. Darle una muestra física de querer realizar una escucha activa, de estar plenamente dedicado a escucharla si así lo desea, es esencial para que emanen sus pensamientos.

- Los prejuicios. Nuestros esquemas educacionales nos limitan el pensamiento y las opiniones acerca de las cosas y los demás. Siendo conscientes de nuestras limitaciones, tradiciones, creencias y prácticas - y sin tener que abandonarlas por ello - debemos procurar abrir la mente para entender y apreciar otras maneras de ver las mismas cosas, comprendiendo así también el comportamiento de los demás y los motivos que los conducen a sus conclusiones y modos de actuar.

- El fondo. Captar la esencia que se esconde tras las palabras, cual es el fondo del mensaje que ha emanado desde el corazón, escuchar al otro con la intención de recibir el espíritu de sus pensamientos es fundamental para conocerlo como persona y para desarrollarse uno mismo en el viaje interior. Hablar se convierte aquí en un poderoso regalo que se ofrece al que escucha. En muestra de gratitud y si las circunstancias son propicias, se puede establecer un diálogo contrastando ideas, experiencias, opiniones y pensamientos, hecho que puede favorecer que la escucha activa sea correspondida bidireccionalmente, enriqueciéndose mutuamente del aumento de perspectiva que ofrece el diálogo desde el respeto de las opiniones personales de cada uno.
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Y es así como se produce un doble efecto mágico al escuchar de verdad a la otra persona. Por una parte, el dedicar la atención que se merece a quien te explica algo desde su corazón la alienta a compartir contigo lo que forma parte de su vida y a exponerte su visión de lo que es cierto para ella. Por otra parte, tras recibir el preciado mensaje, conviene dejarlo madurar en tu interior, darte un tiempo para la reflexión, en silencio. Un tiempo también que sirve para contrastar todas las ideas recibidas y dejar aflorar, poco a poco, la magia del verdadero conocimiento de uno mismo.




Como decía al inicio, de nada sirve emanar los pensamientos si no hay un receptáculo apropiado para recogerlos. Mantengamos, pues, nuestra copa dispuesta para ser llenada con el espíritu del vino que nos ofrecen.
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