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sábado, 19 de septiembre de 2009

El gigante guardián del oso

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Mi padre es un gigante de la familia de “los naranjas”. Al nacer, hace ya más de 36 años, fui expulsado sistemáticamente del hogar con la mayor velocidad que pueda existir en este mundo de ficción. Así, el Universo fue mi hogar. Atravesé vacíos, galaxias enteras, procurando no desviarme de mi cuerda rectitud. Hasta que, frente a mi, apareció el Globo Azul que, en breves minutos acabó con mi largo viaje emprendido.

Entré en el diminuto Globo Azul, me dirigí directamente a una persona que me estaba mirando oculto en la oscuridad de su noche y penetré en su mirada. Hasta el fondo de su pupila. El impacto fue tan fuerte que perecí. Pero no en vano: pude transmitir en ese instante de agonía mi energía, mi conocimiento, mi procedencia y mi historia.

Tal vez esa fue la misión y el porqué de mi vida. Una fugaz vida al “filo de la navaja” entre corpúsculo y energía. Un fotón cuya misión fue llevar un mensaje cifrado de su padre, Arturo, a un confín remoto de este infinito universo.

De este modo, los seres que habitan este Globo Azul, podrán saber que Arturo continua allí, activo. Podrán deducir su masa, su radio, su luminosidad, su temperatura, su velocidad… ¡Y hasta su edad!

Ahora sé que estos habitantes han clasificado a mi padre entre las estrellas más brillantes de su cielo nocturno. Y que, hace muchos años, sus antepasados unieron imaginariamente varias estrellas con Arturo para formar una constelación, a la que le pusieron el nombre de “El Boyero” y desarrollaron historias mitológicas en torno a su lugar en el cielo.

Desde aquí, en Globo Azul, estos habitantes localizan la estrella Arturo en su firmamento prolongando imaginariamente un par de veces más el “brazo” de una constelación que reconocen fácilmente y a la que le pusieron el nombre de “Osa Mayor”.

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Y allí, en lo alto, mi padre vigila la Osa Mayor haciendo honor al significado de su nombre. Pues aquí, en Globo Azul, entre los muchos nombres que recibe la estrella de donde procedo, está también el nombre de Arturo. Que significa el “guardián del oso”.

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domingo, 6 de septiembre de 2009

Mito, existencia y consciencia


Durante la vida de una persona, suele haber una transición progresiva hacia la toma de consciencia de su existencia. Podría considerarse que es un paso del estado de consciencia zoológica a una consciencia racional. Con la adquisición del conocimiento, es “expulsado del paraíso” donde estaba y ya no podrá volver a él.

La consciencia racional del hombre, aunque tal vez ya ha pasado a ser algo inherente al colectivo del ser humano, suele ser propiciada por los padres a que sea adquirida por sus hijos. Esto induce a ver el mundo bajo una realidad preestablecida y a que la toma de consciencia sea realizada acompañada de unos valores concretos.


Haciendo una analogía hacia el origen de la humanidad, también me imagino que el hombre primitivo fue tomando consciencia progresivamente de su propia existencia. En la medida que esas tribus primitivas tomaron consciencia de este mundo “real”, quedaron expulsados para siempre del mundo de la ignorancia, de la felicidad zoológica, del paraíso.



Pero el hombre primitivo necesita entonces mantener ese nivel de conocimiento adquirido. Por lo que esos conocimientos y, inherentemente, la consciencia, son promovidos a que sean asimilados también por los demás miembros de la tribu y por sus descendientes. El recuerdo de su historia lo identifica como ser consciente de su existencia y a su vez, reafirma la pertenencia grupal.


Y es en ese punto donde se produjo seguramente el fenómeno del mito, una historia acerca de unos antepasados con carácter sobrehumano o divino que hicieron unas gestas increíbles, que crearon la tierra, los animales y las plantas… pero, en definitiva, una historia que, a pesar de las intencionadas modificaciones que posiblemente sufrieron con el paso de las generaciones, eran elementos aglutinadores que dotaban de raíces i de identidad al pueblo.



En la medida que los mitos que explicaban el origen del mundo - mitos cosmogónicos- ofrecían estabilidad a la civilización pues tenían cierto sentido de fuerza real al ser ubicados en un tiempo de origen del mundo; aparecieron otros tipos de mitos que nos contaban el porqué de la mortalidad del hombre, el porqué de las buenas cosechas, de las tormentas, etc. Y a estos mitos se añaden ingredientes de valores morales que sustentan esa civilización para generar las primeras reglas que ayudaron a la tribu a tener una convivencia y un ideal común. Los mitos, en la medida que inscribieron en las mentes maneras de actuar en la sociedad, se convirtieron también en una forma arquetípica de las actuales leyes.


Una vez estimulado el conocimiento, el ser humano necesita saber más. La curiosidad, la necesidad de satisfacer sus preguntas aumenta exponencialmente. Las historias mitológicas que habían aparecido como respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad empiezan a derivar también en el origen de la religión. Una herramienta que, llevada y gestionada por los cabecillas de la tribu, permite mantener a la plebe bajo sus órdenes, amparados por el poder divino. Es un elemento rector de la vida social humana, una herramienta que otorga a los (autoproclamados) reyes un principio de autoridad.



Para muchas tribus, conocer los mitos era aprender el secreto del origen de las cosas. De hecho algunas tribus mantienen todavía la idea que, para que un remedio actúe, se debe conocer su origen. Así, para sanar a una planta, a un animal o a un hombre, el curandero debe conocer el mito etiológico para reproducirlo y intentar llegar a su “tiempo primordial” y así recrear su creación.


Conocer el origen de los mitos debe permitirnos aprender el secreto de su inicio, de su realidad y de su función. Tal vez son unas raíces que no debemos obviar para mantener la estabilidad social en nuestra civilización actual.


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