Parece que una de las características del hombre es la de su capacidad – por no decir obsesión - en clasificar y ordenar todo lo que le envuelve. En campos como la zoología, botánica, química, matemática, literatura, arquitectura, pintura, danza, música, etc. no se escapa nada ni nadie de ser clasificado en una de estas casillas “pre-establecidas”.
Y aunque parezca mentira, cuando hay alguna cosa que ya está clasificada y ampliamente aceptada, debe aparecer alguien para “depurar” la clasificación, proponiendo nombrar a lo mismo por otro nombre (el suyo, claro), hacer clasificaciones más delimitadas, o promoviendo un modo distinto de encasillar la misma cosa. La cuestión, tal vez, es dejar su impronta en la historia, autoclasificándose como del conjunto de “eruditos” que han establecido un nuevo orden.
Lo más curioso del tema de la clasificación es que los que se consideran entendidos en alguna materia se adhieren a algún ente que les otorgue “poder” de ser los clasificadores oficiales. De esta manera, bajo el título de crédito de la entidad que les ampara y bajo la apariencia que su sutil clasificación en “grupo, género, familia, especie” aportará a las generaciones venideras una mejor comprensión del verdadero significado, se oculta su vanidad, su ansia de protagonismo, en definitiva, su mezquindad.
lunes, 24 de marzo de 2008
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